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Domingo 17 de Agosto, Neuquén, Argentina
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La llamada que casi me deja sin ver a Messi en la Copa América

Un mensaje inesperado, una llamada rechazada una y otra vez y un premio que estuvo a punto de escaparse. Así fue la increíble historia de cómo terminé viendo a Messi desde la platea. Y todo gracias a la insistencia de una operadora de call center.

Domingo, 17 de agosto de 2025 a las 11:00
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Nada me hacía sospechar que ese mensaje me llevaría a cruzar la Cordillera de los Andes para ver desde las primeras gradas de la tribuna, al más destacado, al más grande del futbol mundial, en vivo y en directo, a 15 metros de sus genialidades. Tampoco que estuve a punto de perder ese privilegio por esas cosas de la comunicación. 

Era la madrugada de un fin de semana, principios del 2015. En la pantalla de la notebook me sorprendió con su convocatoria la empresa de televisión satelital a la que estoy abonado. “¿Cómo te ves mirando la selección argentina de fútbol en la Copa América 2015?". El mensaje me desafió a responder por escrito, estimulado con la posibilidad de ganar un viaje a Chile con todos los gastos pagos. 

Compré el convite. Llevé la mano derecha a la cabeza, con el índice y el pulgar masajeó el lóbulo de la oreja. Clavé la mirada más allá de la pantalla y entonces ocurrió  que me vi. “Me veo sentado  a la sombra de un frondoso algarrobo, en el patio de tierra de la que supo ser la casa de mis abuelos. A unos dos kilómetros de Desiderio Tello, un poblado minúsculo del sur de La Rioja…”

Seguí escribiendo hasta rematar provocando al retador. Armar el texto completo me llevó un rato. Había tiempo. Sobraba tiempo. Suficiente como para indagar que se trataba de la edición número 40 a disputarse en Chile desde el 11 de junio del 2015. Y también de algunos datos futboleros de ese pueblito riojano en el que vivieron mis abuelos paternos y supe pasar mis vacaciones cuando niño, que vio nacer y crecer a un delantero que llegó a primera y vistió la camiseta xeneize. 

Ricardo Nicolás Rentera debutó a los 15 años en Instituto de Córdoba y luego en 1991 pasó a Boca. Jugó 28 partidos y convirtió 3 goles con la azul y oro. Tenía buena pegada pero no funcionó. Después continuó en Vélez, Belgrano, Chaco For Ever, Oriente Petrolero y finalmente Huracán de Corrientes. Todavía me pregunto si en mi infancia, durante las vacaciones de verano o de invierno en el sur de La Rioja, no habré coincidido en un picado con Rentera. 
Completé el relato con estos datos reales y otros, producto de la imaginación. 

“Me veo sentado  a la sombra de un frondoso algarrobo, en el patio de tierra de la que supo ser la casa de campo de mis abuelos. Establecimiento Las Catitas. A unos dos kilómetros de Desiderio Tello, un poblado minúsculo del sur de La Rioja,  la cuna del Negro Rentera, Ricardo Nicolás Rentera, un volante ofensivo de violenta pegada que supo vestir la camiseta de Boca entre el 91 y el 92, tras debutar en Instituto con tan solo 15 años.” 

Continué escribiendo: “Me veo sentado en una rústica silla de madera, con asiento de tientos. Las piernas estiradas y distendido. En la mano, un trozo de pan casero con chicharrones, recién sacado del horno de barro templado con leña dura. Unas rodajas de salamín picado grueso traído desde Colonia Caroya. Un trozo de queso elaborado con leche de vaca y cabra.  Sobre el brasero, una pava tiznada. A la izquierda, en un veterano y desvencijado cajón de madera, el mate.  Y  en la mano, una pequeña radio. Así me imagino, imaginando cada jugada de la selección argentina en la final de la Copa América, salvo que una mano generosa ponga en mi bolsillo un par de entradas para mirar el partido desde la tribuna”.

Ahí mismo lo cerré, lo mandé y  me olvidé.  Nadie en mi familia sabía de aquella participación. Ni mi esposa ni mis hijos. Así que la llamada sorprendió. A decir verdad, las llamadas. Excepto en una oportunidad, dio la casualidad que toda vez que intentaron comunicarse sólo estaba mi esposa en casa. “Buenas tarde soy Julieta Aguilera, de Direc TV, ¿me podría comunicar con el señor Agustín Amado?”  La respuesta fue seca: “No, está trabajando”. “¿Se encuentra algún familiar de Agustín en este momento?” insistió. “No – respondió cortante - soy la empleada doméstica y no tengo idea de cuándo lo podrá ubicar, chau” Y cortó. 

Hasta del telemarketing, mi esposa suele despachar a los operadores así de rápido, a  veces con menos diplomacia, siempre que el teléfono suena con intenciones de vendernos un producto o servicio.  Pero la llamada no tenía por finalidad sacarnos un billete adicional. Era para avisar que había ganado el concurso, que me premiaban con el viaje, dos boletos de avión a La Serena, Chile, y las entradas para ver el partido debut, Argentina- Uruguay, con todos los gastos pagos. Obvio que mi esposa no le dio ni tiempo para hablar de esto.  Yo aún no estaba enterado.  La misma escena, palabras más palabras menos, se había repetido media docena de veces durante esa semana. Y la respuesta cortante sistemáticamente fue: “Soy la empleada doméstica, el señor Agustín no se encuentra, chau”. 

Nuestras rutinas familiares incluyen la cena como una instancia donde se comparten las vicisitudes de lo cotidiano. Si arrancó con problemas el auto, si en el trabajo tal cosa, las novedades, porque es el momento en el que coincidimos todos en el mismo espacio y tiempo. El momento   apropiado para conocer, por ejemplo, la existencia de las insistentes llamadas de esa tal Julieta. Y la novedad estuvo totalmente ausente de la agenda familiar. Ni siquiera para comentar cuán “intensa” estuvo. 

Afortunadamente,  antes de descartarme como beneficiario del viaje, Julieta hizo un último intento por contactarme, que atendió mi hijo.  El diálogo tuvo ribetes similares. “Buenos días, soy Julieta Aguilera de DirecTV, ¿se encuentra el señor Agustín Amado?”. “Hola, no. No está”, contestó Franco. “¿Se encuentra  algún familiar, es usted familiar del señor Agustín?” Insistió la mujer. “Sí, soy el hijo”.  “Uff, al fin puedo contactarlos. Te cuento, estamos tratando de ubicar al señor Agustín porque ganó un premio para ir a ver la Copa América, con todos los gastos pagos y para dos personas. Voy a necesitar que me pases algunos datos” “¡Mirá vos…!” exclamó mi hijo, con el mismo escepticismo que mi esposa pero menos cortante.  “¿Me podés decir tu nombre completo, DNI y correo electrónico?”, le solicitó Julieta. “Esta me quiere vender un buzón”, pensó mi hijo. Así que la respuesta fue en sorna -“Soy Bono. Mi DNI empieza con 315 millones. Y no uso mail, ¿qué más necesitás?”-. Tan marcado fue el tono burlón que la joven operadora abundó en detalles sobre el concurso, que las bases estaban en el sitio web de la compañía, que yo había aceptado los términos y condiciones, y todo eso.  Sin embargo, no logró persuadirlo de la veracidad de llamado. Mucho menos cuando le refirió que había intentado comunicarse durante los días previos y en todos los casos la había atendido la empleada doméstica. En casa no tenemos empleada doméstica. Por lo tanto el llamado ya naufragaba en las aguas de lo inverosímil. 

“Vamos al grano, ¿qué me querés vender?” – le pidió mi hijo- “No me estás entendiendo, o yo no me explico bien. No estamos ofreciendo producto ni servicio de la compañía. Sólo queremos comunicarnos con Agustín o un familiar directo de él para decirle que se ganó un viaje para ver la Copa América para dos personas con todos los gastos pagos. Hace una semana que estamos intentando comunicarnos, pero no podemos localizarlo en este teléfono”. “Que querés que te diga, no te creo” replicaba Franco desde el teléfono fijo de casa. “A ver si logro persuadirte. Escuchame, Franco. Te voy a leer el escrito que envió tu papá, quizá lo puedas reconocer…”. Cuando mencionó Desiderio Tello, los ojos de mi hijo no lograron disimular sorpresa.  A medida que avanzaba la lectura, las imágenes que sugería el texto fueron terminando de configurar aquello que había negado. Cuando terminó la lectura no había dudas para Franco del autor de esas líneas.  ¡“Sííííí! ¡Es papá! ¡Claro que es él! Anotá. Mi nombre completo, DNI y mail ¡No te puedo creer! ¡La Copa América. Qué lío hermoso!”. El escepticismo de mi hijo había mutado en algarabía mayúscula.

Huelga decir que, a esa hora, me encontraba trabajando en la radio, cuando sonó la señal de whatsapp. “Llamame urgente”, decía el mensaje y escrito en mayúsculas, como gritándome. “¡Suertudo. Sos un suertudo!”—ni “hola” me dijo, las palabras se amontonaban. –“Te ganaste un viaje para ver la Copa, Pá!”- “¡Estoy trabajando, hijo… no jodas a esta hora!”  Y sin pausa me contó toda la historia. De la empleada doméstica que no era ni empleada ni doméstica sino mi esposa, del diálogo entre la operadora de la empresa y él, del último intento por contactarme antes de pasar al siguiente participante. Entonces a mí también se me dibujó una sonrisa.  
-    “Pá, es para dos personas el premio ¿No querés que te acompañe?”
-     “Por supuesto, hijo”. 

Una semana después estábamos sentados en la platea central del estadio de La Serena prestos a ver Argentina-Uruguay. Y en frente a nosotros, un lío de jueguitos. O sea, el Lio Messi haciendo jueguitos con la pelota.  Ese partido lo ganó la selección nacional por un gol.

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