Un caso tremendo

La familia acribillada y el país que nos duele a todos

Mataron a balazos a una pareja y a su hija de un año. El horror se explica desde el narcotráfico.
lunes, 17 de febrero de 2020 · 10:58

El matrimonio con su hija de un año iba en moto, cuando desde las sombras una ráfaga de balas se los llevó directo a ese lugar inapelable del que no se vuelve, la muerte. Junto con esas tres vidas, comenzó a desvanecerse, tal vez para siempre, esa idea de país pacífico en el que nos empeñamos en creer los argentinos. Ese país parece que ya no existe, y ha dejado paso a un territorio acosado por el narcotráfico, la corrupción y la violencia.

Cristopher Nahuel Albornoz, Florencia Naomí Corvalán, y la hija de un año de ambos, Cheis Albornoz, quedaron heridos de muerte tirados en una de las calles de un barrio de Rosario, el domingo, cuando comenzaba la noche. Los vecinos escucharon los tiros, los gritos, vieron cuerpos agitándose en el último estertor, una moto caída, y poco más. Rosario es territorio narco, aunque a los argentinos nos duela: van 38 crímenes letales este año, y recién estamos al día 17 de febrero.

Cheis Albornoz sólo vivió un año, y nunca pudo alcanzar a saber de qué se trata el narcotráfico, las venganzas, las cuentas pendientes. Llegó muerta, el pequeño cuerpo deshecho, al Hospital de Niños Zona Norte. Tenía un balazo debajo de la oreja izquierda, otro bajo el brazo del mismo lado, y un tercero directo en el mentón. Su padre estaba acribillado; y su madre tenía ocho impactos de bala en el tórax.

Ahora, los investigadores dicen que el crimen seguramente tenga que ver con una venganza propia del narcotráfico, porque Cristopher Nahuel es hijo de “Caracú” Albornoz, actualmente preso por cocinar y expender drogas mediante un pequeño ejército de soldaditos rosarinos. Su banda fue desbaratada en abril del año pasado, después de 15 allanamientos. “Caracú” recibió en la cárcel la noticia de la muerte a tiros de su hijo, su nuera y su nieta, y tal vez haya pensado que todo había sido una gran equivocación, un error fatal del que no hay retorno alguno.

Nosotros, quienes vivimos en la Patagonia norte, vemos cómo crece el narcotráfico, y cómo ha comenzado a traducirse su presencia en crímenes que, eventualmente, también se cobran la vida de niños inocentes. En Neuquén, en Río Negro, ha habido ya ejemplos de esta grave y tremenda evidencia real. Lo de Rosario no nos queda tan lejos, aunque todavía hay tiempo para frenar ese crecimiento hacia la muerte y el desamparo.

No perdamos tiempo en discusiones banales. No puede haber distracción en el país que se entrega, lenta pero inexorable, a la mafia que más poder tiene actualmente en el mundo.

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