La Ruta Nacional 250 se volvió una trampa de fuego aquel día. Eran las cinco de la tarde de un enero infernal cuando el auto en el que viajaban una mujer y su sobrina desde Choele Choel hacia Viedma se quedó sin vida a la altura de Pomona. El motor dijo basta y, en cuestión de minutos, el calor empezó a derretirlo todo: el aire, la paciencia y hasta las esperanzas de ayuda.
Confiadas, llamaron al seguro. La póliza prometía servicio de grúa las 24 horas, los 365 días del año. “Va a demorar unas cuatro horas”, les dijeron desde la aseguradora. Pero las horas pasaron una tras otra, el sol cayó, la batería del auto se agotó, y el silencio se volvió insoportable. Sin aire acondicionado, sin señal y sin respuestas, quedaron atrapadas en medio de la nada.
La noche fue una tortura. Para poder respirar, dejaron las ventanillas abiertas mientras el aire caliente de la ruta entraba como fuego. No tenían agua. Llamaban una y otra vez al número de emergencia, pero las respuestas eran evasivas: que ya iba la grúa, que en un rato llegaba, que esperaran. El “rato” se convirtió en 15 horas de encierro y angustia.
Recién a las ocho de la mañana del día siguiente, cuando el sol volvía a arder sobre el asfalto, apareció el auxilio. Las dos mujeres habían pasado la noche sin dormir, inmóviles, mirando el horizonte vacío. La Justicia no dudó: la aseguradora incumplió su obligación y las dejó en situación de riesgo extremo.
El fuero civil de Viedma ordenó que la empresa indemnice a la mujer por el daño moral y dispuso además una sanción ejemplificadora: publicar la sentencia en un medio digital como advertencia para el resto del sector. El fallo destacó la “angustia, el desamparo y la incertidumbre” sufridos por las ocupantes del vehículo y calificó la demora como una falla grave en la atención al consumidor. Una lección que debería pesar más que cualquier multa: cuando la ruta se vuelve desierto, la promesa de auxilio no puede ser un espejismo.