El violento ataque de un chico a otro con un tenedor dentro de un aula de la Escuela del Valle, en Roca, tuvo una raíz mucho más profunda que lo que un escueto comunicado institucional intentó mostrar. Todas las fuentes consultadas por Mejor Informado coincidieron: el chico que terminó asestándole puntazos a su compañero de 9 años, llevaba meses siendo víctima de bullying. Y lo peor: el acoso era evidente para todos, pero jamás fue frenado por docentes, directivos ni por el gabinete psicopedagógico.
Cuando la víctima se convierte en agresor ya es tarde. Fue lo que sucedió el lunes por la mañana en el aula de cuarto grado. El estallido de un niño de apenas 9 años que ya no soportaba más las humillaciones. De acuerdo con los testimonios recogidos en la puerta del establecimiento de Jujuy y ruta 22 de Roca ayer por la tarde, pusieron como escenario el comedor durante el tiempo para almorzar. Allí, su compañero, el que después terminó herido, solía pasar por al lado y pegarle en la cabeza, tirarle la comida al piso y hasta escupírsela, mientras otros chicos se reían. La burla se volvió rutina y el silencio de las autoridades, un permiso tácito para que el hostigamiento siguiera creciendo.
El chico, hoy señalado como agresor por su reacción con un tenedor, el que lleva todos los días para el almuerzo que no podía disfrutar, fue acumulando bronca, impotencia y miedo. Hasta que explotó. El pasado lunes, en plena clase y frente a dos docentes, tomó un cubierto y descargó su furia contra quien lo había martirizado durante meses. Sólo un milagro evitó que los tres puntazos, dos en el pecho y uno en la espalda, terminaran en tragedia.
Un patrón que se repite
El caso de Roca no es aislado. Hace apenas unas semanas, la nena de 14 años que se atrincheró en su escuela en La Paz, Mendoza, durante cinco horas, armada con la pistola calibre 9 milímetros de su papá policía con la que disparó tres veces, y hace ya dos décadas la “Masacre de Patagones” marcó para siempre a la educación argentina. En todos estos episodios, el bullying aparece como denominador común: acosos invisibilizados, silencios cómplices y reacciones institucionales tardías.
En Roca, el comunicado oficial de la escuela recién llegó tres días después del hecho y, lejos de aclarar, se refugió en tecnicismos. Habló de “abordaje vincular” y de “procesos graduales”, pero jamás explicó cómo fue posible que un chico sufriera tanto tiempo de hostigamiento sin que nadie interviniera. Cómo puede ser que los padres del chico herido hayan recibido un llamado de la institución solicitándoles que le lleven una chomba del uniforme limpia "porque se manchó con sangre". Situaciones difíciles de entender y que la supervisión de Eduación Privada deberá resolver.
Hoy, la comunidad educativa se pregunta cómo puede ser que en una escuela privada, con equipo directivo, docentes y gabinete completo, nadie haya visto ni actuado frente al bullying cotidiano que sufría el niño agresor. La sensación es que el comunicado buscó más cubrirse legalmente que hacerse cargo de lo que pasa puertas adentro de la escuela privada más cara de la ciudad.
Lo que queda claro es que el ataque con el tenedor no fue un hecho aislado, sino la consecuencia de un problema que se arrastra y que las instituciones no supieron controlar. La víctima de bullying se transformó en victimario. Y el colegio, otra vez, eligió mirar para otro lado.