NO HABLAN PERO SIENTEN

Los caballos que se llevaron el miedo

Una vez más el afecto animal que sorprende y enseña.
jueves, 25 de julio de 2019 · 09:20

María Angélica Paéz, siempre le tuvo miedo a los animales. Especialmente a los caballos que la habían mordido un par de veces. Cuando llegó a Junín de los Andes acompañando a  Juan, su marido,  seguramente nunca pensó todo lo que les tocaría vivir.

El traslado a la localidad cordillerana había sido todo un desafío para esa familia. Llegaban con un emprendimiento que dotaría a Junín de un  servicio que no existía en el sur  (una GNC) y un complejo de cabañas como complemento.

Todo estuvo bien un tiempo. Se empezó la obra como estaba previsto en terrenos adquiridos al municipio en un área destinada a servicios turísticos en el parque industrial. Venía viento en popa hasta que se produjo el cambio de gobierno comunal. Allí empezaron los problemas, trabas, demoras, burocracia, destrato…y todo se complicó.

Las caminatas de su marido por los pasillos de los tribunales, de las Medios, del Concejo Deliberante, de  oficinas de algunos funcionarios neuquinos se hicieron comunes. Vecinos a favor y en contra, como ocurre en todo pueblo chico, fueron minando la salud, la paciencia y los recursos de la familia.

Pasaron los años y la obra inconclusa de la estación de servicio seguía allí,  y  ya no iba a ser la única,  porque San Martín de los Andes construyó la suya rápidamente con la mirada de progreso que la caracteriza.

Finalmente, esas paredes levantadas con un fin preciso, debieron reconvertirse en un lugar para vivir, porque ya costaba pagar el alquiler tras tantos años improductivos y de pérdidas económicas.

En ese lugar para vivir, un buen día, en el dintel de la puerta aparecieron los caballos. Seguramente relacionados con el nuevo predio del Centro Tradicionalista que se instaló en terreno lindante.

María Angélica seguía con miedo pero a la vez pensó que por algo llegaban hasta su puerta. Y se fue animando.

Primero fue una caricia temblorosa, y luego terminó acurrucada bajo el cuello de los animales. El afecto mutuo fue creciendo, hasta que religiosamente todos los días, pedían su manzana con la cabeza metida en la cocina, a través de la ventana.

Así fue por unos meses. Se hizo costumbre y era el mimo al alma cotidiano que les permitía seguir en la lucha.

Pero, el desgaste de tantos años de pelea acompañando a  Juan para poder avanzar con su proyecto familiar original nunca abandonado , le jugó una mala pasada, y un ataque de presión la afectó severamente. Mientras estuvo en el hospital los caballos nunca dejaron de asistir a la ventana en busca de su alimento y su cariño.

María Angélica murió hace unos días. Los caballos la siguen buscando, y hoy es Juan quien tomó la posta para dar y recibir de esos animales el afecto y la comprensión que muchos humanos les negaron.

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