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Jueves 16 de Octubre, Neuquén, Argentina
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John Cuiñas, la historia del brigadista neuquino que dedicó su vida a proteger los bosques

Después de casi cuatro décadas dedicadas a combatir incendios forestales, John Cuiñas colgó el casco. Nacido y criado en Aluminé, llegó a dirigir el área provincial de Manejo del Fuego. Se jubiló este 1° de octubre. 

Jueves, 16 de octubre de 2025 a las 13:55
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Entre llamas y montañas: la vida de John Cuiñas, un brigadista hecho de coraje y vocación.

El silencio del bosque en otoño tiene otro peso para John Cuiñas. Por primera vez en 38 años, no suena el teléfono, no hay un parte meteorológico en la mesa ni un mapa de focos activos en la pared. “Me jubilé el 1 de octubre, pero todavía no me cae la ficha”, dice a Mejor Informado con una mezcla de alivio y nostalgia. Desde su casa en Aluminé, repasa una vida entera dedicada a una profesión que, más que un trabajo, fue una forma de estar en el mundo.

“Yo soy nacido y criado acá, en Aluminé. Terminé el secundario en el '87, pero en realidad fue medio raro: lo había dejado, me fui a hacer la colimba y cuando volví lo terminé. En ese tiempo me ofrecieron entrar como recorredor de incendios. Así empezó todo”, cuenta.

Lo que parecía un empleo temporal se convirtió en una vocación de por vida. A fines de ese año ingresó al Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales, y pocos meses después, en enero de 1988, el fuego le dio su primera gran lección.

“Fue en Corcovado, Chubut. Había un incendio grande y me fueron a buscar a caballo: ‘preparate que te vas’. Yo era recorredor, no brigadista todavía, pero me convocaron igual. No estaba preparado, pero me encantó. Fue mi primer incendio y supe que quería quedarme para siempre.”, explica.

 

“Fue en Corcovado, Chubut. Había un incendio grande y me fueron a buscar a caballo: ‘preparate que te vas’. Yo era recorredor, no brigadista todavía, pero me convocaron igual. No estaba preparado, pero me encantó. Fue mi primer incendio y supe que quería quedarme para siempre.”, explica sobre sus inicios como brigadista.

 

Los primeros años: aprender entre el fuego y los caballos

En aquellos años, la tecnología era mínima y el combate del fuego dependía más del cuerpo y del instinto que de los recursos. “Andábamos a caballo, sin radios, sin vehículos. Lo que teníamos era la voluntad. Y eso valía muchísimo”, recuerda.

La pasión se fue encendiendo con cada experiencia. “Leí todo lo que encontraba sobre incendios, pero lo que más aprendí fue trabajando con gente buenísima. La camaradería es lo más lindo: cuidarte vos, cuidar a tu compañero, y después del cansancio, compartir un asado. Eso no se olvida.”

Su amor por el trabajo no venía de herencia familiar. “En mi casa nadie era brigadista. En realidad, yo pensaba estudiar Educación Física. Jugaba al fútbol en un equipito del pueblo, y el director de incendios de ese momento, Julio Blanco, era el arquero. Me dijo: ‘quedate a trabajar de recorredor, ganás unos pesos’. Y bueno… me tenté con eso. Después del primer incendio, dije ‘lo mío es esto’. Y me quedé.

Una vida al servicio del bosque

Durante los años siguientes, Cuiñas fue creciendo dentro del sistema. Trabajó como recorredor, cuadrillero, guardafauna y luego jefe de brigada. “En invierno hacíamos cartelería de madera, en verano incendios. Antes los inviernos eran de verdad, fríos, largos. Todo el año se trabajaba.”

 

 “En mi casa nadie era brigadista. En realidad, yo pensaba estudiar Educación Física. Jugaba al fútbol en un equipito del pueblo, y el director de incendios de ese momento, Julio Blanco, era el arquero. Me dijo: ‘quedate a trabajar de recorredor, ganás unos pesos’. Y bueno… me tenté con eso. Después del primer incendio, dije ‘lo mío es esto’. Y me quedé.”

 

 

En 1995 se trasladó por razones familiares, y más tarde fue nombrado director provincial de Manejo del Fuego en 2009, un cargo que implicaba coordinar brigadas en toda la provincia. “Ahí cambia todo. No sólo peleás contra el fuego, sino que tenés que cuidar a tu gente. Cada decisión pesa el doble.”

De los cientos de incendios que enfrentó, algunos quedaron grabados por siempre. “El de Moquehue, el del lote 39… fueron bravos. En ese del lote 39 cayó un helicóptero y murieron compañeros. Eso fue durísimo. Eran amigos. Cuando pasa eso, el fuego deja de ser un enemigo natural y se vuelve una herida personal.”

 

“El fuego fue mi escuela”, sostiene.

 

Entre el deber y la familia

Detrás del uniforme también hubo costos. Cuiñas no lo oculta: “Perdí todo. Me separé porque vivía para el trabajo. Nunca supe lo que era ir de vacaciones con mis hijos en verano. Mis vacaciones eran en invierno.”

Dice que el fuego enseña disciplina, pero también consume. “A veces ganás la batalla, y otras veces el fuego te gana. Es frustrante: trabajás todo el día haciendo una faja, y al día siguiente cambia el viento y se te quema todo. Pero cuando lográs frenarlo, esa satisfacción no tiene precio.”

Esa dualidad —entre la entrega y el desgaste— marca la vida de los brigadistas. “Es un trabajo donde el cuerpo se cansa, pero el alma también. Y sin embargo, uno vuelve. Porque hay algo más fuerte: el compromiso con el bosque, con los compañeros, con la comunidad.”

“Me jubilé el 1 de octubre, pero todavía no me cae la ficha”, afirma.

Un legado que continúa

Hoy, con 61 años, John Cuiñas puede mirar atrás y sentirse parte de una historia más grande. Su pasión trascendió las fronteras familiares: “Mis dos hijos también trabajan en incendios. Uno es jefe de cuadrilla y el otro está en la brigada educativa que va a las escuelas. Parece que algo de lo mío les quedó.”

A veces lo invitan a hablar con chicos y jóvenes. “Contar anécdotas es fácil, pero enseñar prevención es otra cosa. No soy docente, pero trato de transmitir lo que viví. Cada incendio deja una enseñanza, y si puedo evitar que otro pase por lo mismo, vale la pena.”

 

“A veces ganás la batalla, y otras veces el fuego te gana. Es frustrante: trabajás todo el día haciendo una faja, y al día siguiente cambia el viento y se te quema todo. Pero cuando lográs frenarlo, esa satisfacción no tiene precio.”

 

El fuego, la pasión y la huella

Los mensajes de despedida llegaron de todos lados: compañeros de Aluminé, Moquehue, Villa Pehuenia, autoridades, vecinos. Todos destacaron su liderazgo, su entrega y su humildad. “Gracias por inspirarnos a dar lo mejor y por tu compromiso con la seguridad y el ambiente”, le escribieron en las redes sociales los brigadistas de la Regional Aluminé.

“Me emociona mucho leer esas palabras. Yo sólo hice lo que sentía que tenía que hacer. El fuego fue mi escuela, y los brigadistas, mi familia.”

Ahora le espera el desafío de frenar, algo que confiesa que no sabe si podrá hacer del todo. “No sé cómo voy a reaccionar cuando vea una columna de humo. Espero no salir corriendo... pero después de tantos años, el fuego forma parte de uno.”

En su casa guarda pocas fotos. “Nunca me gustó sacarme fotos, dice entre risas, aunque admite que atesora una imagen en un helicóptero, en pleno operativo. “Esa me la guardo. Es un pedacito de toda una vida.”

“El de Moquehue, el del lote 39… fueron bravos. En ese del lote 39 cayó un helicóptero y murieron compañeros. Eso fue durísimo. Eran amigos. Cuando pasa eso, el fuego deja de ser un enemigo natural y se vuelve una herida personal.", rememora.

Hay profesiones que se eligen, y otras que el destino impone. John Cuiñas pertenece a las segundas. Durante casi cuatro décadas fue parte de esa primera línea que enfrenta incendios con más coraje que medios, con más vocación que recompensa.

“El fuego es como un chico: si lo agarrás a tiempo, lo podés educar. Si se te escapa, te destruye.” Con esa metáfora, resume una vida entera de servicio, esfuerzo y amor por el bosque neuquino.

Y aunque ahora el retiro le cambie la rutina, su historia —como las raíces que el fuego no logra destruir— seguirá viva en cada brigadista que aprenda de su ejemplo.

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