La cancha vacía: cuando la violencia le gana al deporte
las canchas cerradas de Junín de los Andes generan un silencio que preocupa. Arcos vacíos, camisetas guardadas y no por lluvia ni por calendario: el fútbol local fue suspendido por completo luego de una serie de hechos violentos que cruzaron todas las categorías, desde infantiles hasta veteranos.
La Municipalidad decidió frenar las ligas y llamar a una “jornada de reflexión” para intentar lo impensado: enseñar a los adultos y chicos a no agredirse por un resultado.
Lo que podría haber sido una oportunidad para celebrar el deporte, se convirtió en un llamado urgente a revisar la forma en que se vive el fútbol en las comunidades del interior.
Charlas para recordar lo básico
La Subsecretaría de Deportes, junto a Juventud y Familia, lanzó una actividad bajo el lema “Hacia un deporte con más valores”. Dirigentes, entrenadores, jugadores y familias fueron convocados a escuchar y debatir sobre convivencia, respeto y tolerancia.
El objetivo suena noble, pero también deja una sensación amarga: tener que explicar que el fútbol no se gana a golpes ni se festeja insultando.
El mensaje, tan básico como necesario, expone una herida más profunda —la pérdida de los límites— que atraviesa canchas, tribunas y hogares.
Vergüenza y aprendizaje
“Nos dolió tener que suspender las ligas”, admitieron desde el municipio. La decisión no fue un castigo, sino una pausa obligada para “repensar cómo queremos que sea nuestro deporte”.
Pero detrás del gesto hay una realidad incómoda: no se trata de un hecho aislado. La violencia en el fútbol amateur se volvió cotidiana, normalizada, incluso familiar. Padres discutiendo con árbitros, jugadores insultándose, tribunas que celebran la agresión.
Y en ese contexto, la frase “enseñar a no ser violento” suena tan necesaria como triste.
Cuando el deporte pierde el sentido
El municipio prometió acompañar a los clubes para reconstruir un espacio seguro. Pero el costo ya está a la vista: la pelota dejó de rodar porque la bronca pudo más que el juego.
El fútbol, que debería ser una excusa para compartir, terminó convertido en una escena de enfrentamientos y expulsiones.
En Junín de los Andes, el mensaje de esta suspensión duele pero interpela: si hay que dictar charlas para aprender a respetar, el problema ya no está en la cancha, sino en la sociedad que la rodea.