A mediados de octubre, Argentina atravesó días de luto, con mujeres asesinadas en Buenos Aires, Córdoba y Neuquén y, mientras la violencia de género golpeaba de frente y el país todavía lloraba a las víctimas, un grupo de egresados protagonizó una escena tan repulsiva como dolorosa: uno de ellos se disfrazó de una “mujer abusada” durante su viaje de egresados a Bariloche.
La sanción al adolescente cordobés responsable de ese disfraz encendió aún más la indignación. El Ministerio de Educación de Córdoba confirmó una serie de medidas “reparadoras” para el alumno y sus compañeros, pero la decisión fue considerada insuficiente por gran parte de la sociedad, que la ve como un gesto simbólico ante un hecho que representa una ofensa profunda.
El estudiante, del Ipet 267 Antonio Graziano de Bell Ville, deberá pedir disculpas formales, participar en rondas de diálogo con sus pares y asistir a talleres de Educación Sexual Integral centrados en violencia de género y redes sociales. También se dispuso reforzar el rol de los alumnos mayores como promotores del respeto dentro del colegio.
Desde la cartera educativa destacaron que la intervención fue inmediata y que el objetivo es acompañar a la comunidad para reparar el daño ocasionado. Sin embargo, la sanción no logró calmar el malestar: para muchos, el castigo carece de proporcionalidad frente a la gravedad del acto y deja un mensaje equivocado en un país donde la violencia machista sigue cobrando vidas.
El episodio, que comenzó como una broma de viaje y terminó en escándalo nacional, expone los límites de la respuesta institucional frente a hechos que banalizan el sufrimiento de las víctimas. En un contexto de duelo, la sanción fue percibida como una falta de respeto más: otra muestra de que el aprendizaje sobre el respeto y la empatía aún está pendiente.