En Río Chico Abajo, un vehículo que llevaba a tres alumnos y dos trabajadoras de la Escuela 331 perdió estabilidad en una curva traicionera y terminó patas arriba. El silencio que siguió al vuelco todavía retumba en el paraje.
Las víctimas, dos trabajadoras de la institución, una cocinera y una auxiliar de servicios generales, y a tres niños estudiantes de 9, 10 y 13 años, regresaban a sus hogares luego de la jornada escola, cuando el rodado mordió la banquina, hizo un latigazo y se desplomó sobre su propio techo. Los alumnos no cuentan con transporte escolar para asistir a clases.
La escena quedó marcada por el chillido del metal, los vidrios rotos y el miedo de quienes llegaron corriendo al escuchar el estruendo. A esa hora, el viento arrastraba polvo y dejaba ver, como un recordatorio, la huella del derrape.
No es la primera vez que esa misma zona se cobra un susto grande. Antes hubo un choque y otro vuelco, casi calcados. La pendiente, áspera y engañosa, se convierte en una trampa cuando cae el sol o cuando el suelo se endurece. Esta vez, la desgracia golpeó de nuevo, pero con la fuerza suficiente para dejar al paraje entero con la respiración contenida.
Los familiares de los heridos llegaron desesperados, mientras las camionetas improvisadas hacían de auxilio. El camino, de por sí largo y áspero, 51 kilómetros hasta Ñorquinco y más de 100 hasta Jacobacci, se volvió eterno para trasladar a los afectados y esperar asistencia. En las casas, el comentario se repitió como un eco: “Fue un milagro que estén vivos”.