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Viernes 07 de Noviembre, Neuquén, Argentina
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Paulina, la primera canillita de Neuquén: la que desafió al viento con los diarios bajo el brazo

En la década del 30, cuando las calles de Neuquén eran puro polvo y viento, una niña de 8 años rompió con los mandatos de época y se convirtió en la primera mujer en vender diarios en la ciudad. En el Día del Canillita, su historia revive como símbolo de trabajo, humildad y coraje.

Viernes, 07 de noviembre de 2025 a las 11:15
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La primera canillita mujer de Neuquén: su historia de trabajo y coraje.

Cuando el sol se colaba por la ventana de su casa en la calle Santa Cruz de la ciudad de Neuquén, Paulina Pintos solía cerrar los ojos y dejar que los recuerdos la llevaran a otro tiempo, a esas mañanas frías de los años 30 en las que corría detrás de su hermano Cristóbal, con los diarios apretados contra el pecho y las canillas al aire. “Era chiquita, tendría ocho o nueve años. Cristóbal recibía los diarios en la estación del tren, y después me los daba marcados para repartir”, recordaba entre sonrisas y pausas largas ante este periodista, mientras el aire se le hacía corto.

Era la primera mujer en hacerlo. En un Neuquén incipiente, donde el viento era dueño y señor de las calles de tierra, Paulina se ganó su lugar voceando Crítica, La Nación y otros periódicos que llegaban en tren desde Buenos Aires. “A veces usábamos antiparras, porque la tierra se te metía en los ojos”, solía contar divertida, como si aquellos días de trabajo y barro hubieran sido una aventura.

De Córdoba había llegado con su familia, una de tantas que buscaban sobrevivir entre la pobreza y las oportunidades que prometía la Patagonia. Hija de un policía y de una madre que no conoció el descanso, fue una de nueve hermanos. “Todos teníamos que ayudar. Yo repartía diarios, después vendía pollos, y más grande trabajé en casas de familia”, relataba.

Paulina se ganó su lugar voceando Crítica, La Nación y otros periódicos que llegaban en tren desde Buenos Aires.

Su escuela fue la calle y los hogares donde aprendió a cocinar y llevar una casa con la precisión de una economista doméstica. No terminó la primaria, pero sabía de sobra lo que era el esfuerzo. “Los diarios me gustaban, sobre todo los policiales. Ahí estaban las historias que más llamaban la atención”, decía con picardía.

 

Entre el viento y la ternura

Los vecinos la conocieron como la Negrita Pintos, la de paso ligero y sonrisa franca. La que no se quejaba, aunque el frío le cortara las piernas o el sol del verano le quemara la piel. En el barrio Ferroviario, en el Parque Central y en la Diagonal 25 de Mayo, su voceo se confundía con el rumor del tren que marcaba el ritmo de la ciudad.

La vida de Paulina estuvo siempre marcada por la necesidad, pero también por una inagotable generosidad. Sus hijos recordaban que nunca tiraba nada, que anotaba cada gasto en cuadernos prolijos y que, aun sin tener mucho, daba lo que tenía. “Una vez una mujer le pidió unas zapatillas, y ella se sacó las que llevaba puestas. Volvió descalza a casa”, contaban entre risas y orgullo.

"Cuando había viento, la arena que se levantaba me hacía picar las piernitas”, contaba entre risas.

Una vida de amor y resistencia

A los 18 años se casó con un policía al que conoció en un baile, y juntos criaron seis hijos, dos de los cuales murieron pequeños. “Ella conocía la pobreza y por eso valoraba todo. Era feliz con lo poco”, aseguró uno de sus hijos.

El amor de Paulina también se medía en gestos pequeños: devolver regalos del Día de la Madre para comprarle algo a un nieto, o esperar a su marido bajo un árbol en plena lluvia, sin importar que el río le mojara los pies.

Su casa de la calle Santa Cruz fue su refugio, su mundo, su lugar de memoria. Allí envejeció con la serenidad de quien sabe que su vida fue una larga batalla, pero también una historia hermosa. “Fui feliz”, decía en voz baja, y esa frase bastaba para resumirlo todo.

 

El homenaje que no buscó

En 2007, el Concejo Deliberante de Neuquén le rindió homenaje con un monolito sobre Avenida Argentina. Ella, sin embargo, nunca quiso darle demasiada importancia. “Eso que pusieron ahí no me gustó, nunca lo busqué”, decía, casi incómoda ante el reconocimiento.

Paulina no necesitó monumentos. Su nombre, como el de tantos canillitas que vocearon el país, quedó grabado en la memoria popular. Pero el suyo tiene un valor especial: fue la primera, la pionera, la que rompió el molde sin saberlo.

En un baile conoció a quien se convertiría en su marido, que en ese entonces estaba haciendo el servicio militar en la Marina y vivía en Añelo.

El canto de un gorrión

Cuando su salud ya le pasaba factura y los pulmones le pedían descanso, Paulina encontraba alegría en los pequeños gestos: mirar una película con sus hijos, tararear un tanguito, reírse de las anécdotas que la devolvían a su niñez. “Ella era como un gorrión”, decían quienes la conocieron, “liviana, incansable, con el corazón enorme”.

Paulina murió el 17 de octubre de 2016. En este Día del Canillita, su historia vuelve a resonar como una de esas voces que nunca se apagan del todo. Porque Paulina no solo vendía diarios: repartía esperanza, trabajo y dignidad, mucho antes de que alguien le pusiera nombre a eso.

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