Una jueza de Familia de Bariloche dictó un fallo inédito que pone sobre la mesa lo que tantas veces queda invisibilizado: quién paga los costos cuando en una pareja uno crece y el otro queda relegado. Durante más de doce años, la mujer sostuvo el hogar, crió a las hijas y postergó su vida laboral. Él, liberado de esa carga, construyó un emprendimiento que terminó convertido en una sociedad próspera. Tras la ruptura, ella quedó sin casa, sin bienes y con ingresos mínimos.
La magistrada resolvió que ese desequilibrio debía corregirse y ordenó el pago de una compensación económica que, actualizada, supera los 100 millones de pesos. La medida no se presentó como una cuota alimentaria ni como una indemnización, sino como un derecho autónomo destinado a reparar el impacto de una relación organizada bajo esquemas tradicionales de género.
Los testigos confirmaron que la mujer cargó con todo: crianza, tareas domésticas e incluso aportes al negocio de su expareja. Intentó un pequeño emprendimiento con amigas, pero lo dejó por las obligaciones de la casa. Tras separarse, quedó fuera de la vivienda familiar, sin posibilidad de llevarse bienes, mientras el hombre retuvo el equipamiento del hogar y los vehículos.
La jueza fundamentó su decisión en la perspectiva de género y citó tratados internacionales como la CEDAW, que obliga a los Estados a tomar medidas concretas contra la discriminación. El fallo subrayó que la relación funcionó sobre un esquema que permitió el crecimiento de uno a costa de la postergación de la otra, y que la compensación no busca igualar patrimonios, sino devolver cierta autonomía económica.
Hoy, la protagonista de esta historia alquila en otra ciudad, ejerce como docente con ingresos limitados y cría sola a sus dos hijas. Mientras tanto, el hombre ni siquiera contestó la demanda y fue declarado en rebeldía. Con este fallo, la justicia no solo reconoció su esfuerzo, sino que dejó en claro que el trabajo invisible dentro del hogar también tiene valor y consecuencias en la vida real.