El verano trae frutas frescas y la tentación de preparar conservas caseras, pero también un riesgo silencioso: el botulismo. Tras el fallecimiento de una persona en La Pampa por consumir una conserva contaminada, el Ministerio de Salud de Río Negro recordó a la población que la elaboración sin controles adecuados puede transformarse en una amenaza mortal.
Las imágenes del verano suelen asociarse con duraznos, ciruelas y ananá en almíbar, pero detrás de esa postal dulce se esconde un peligro invisible. El botulismo, causado por la bacteria Clostridium botulinum, se desarrolla en conservas mal esterilizadas y de baja acidez. Sus esporas son resistentes al calor y prosperan en ausencia de oxígeno, convirtiendo un frasco aparentemente inocente en un arma letal.
Los síntomas no aparecen de inmediato. Entre 12 y 36 horas después de la ingesta, la toxina comienza a atacar el sistema nervioso: visión doble, pupilas fijas, dificultad para tragar y hablar, vómitos, estreñimiento y, en los casos más graves, fallo respiratorio. La víctima de La Pampa no logró superar el cuadro, y su muerte encendió las alarmas en toda la región.
El Ministerio de Salud advierte que los alimentos contaminados no muestran señales visibles: ni olor, ni sabor extraño, ni envases deformados. Todo parece normal, hasta que la toxina hace su trabajo. Por eso, la recomendación es clara: no consumir conservas de procedencia dudosa y extremar la higiene en las preparaciones familiares.
Las conservas caseras de vegetales, escabeches, pescados, mariscos o carnes de caza como vizcacha y jabalí son las más riesgosas. Para reducir el peligro, se aconseja usar envases nuevos, tapas limpias, eliminar restos de tierra, cocinar adecuadamente y consumir de inmediato. Además, antes de abrir un frasco casero, se recomienda calentarlo a 80°C durante al menos 10 a 20 minutos para destruir cualquier toxina presente.
Finalmente, las autoridades sanitarias insisten: ante la aparición de síntomas compatibles con botulismo, acudir de inmediato al centro de salud más cercano. La rapidez en la atención puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.