Un contrato de alquiler entre compañeros de trabajo terminó en un inesperado desenlace: el propietario de una vivienda en Fernández Oro decidió perder a su inquilina con tal de preservar el jardín de la casa. Tras una mediación oficial, se acordó el desalojo de la mujer y la restitución del inmueble.
Un trabajador del área de la salud que, confiado, alquiló su vivienda amoblada a una colega. El acuerdo inicial parecía sólido: convivencia laboral trasladada al plano inmobiliario, con reglas claras y un contrato que incluía una condición muy particular, casi obsesiva: el cuidado del jardín.
Sin embargo, con el correr de los meses, la ilusión se marchitó. El propietario advirtió que el césped y las plantas no recibían la atención prometida. El descuido del espacio verde, que para él era símbolo de identidad y orgullo, se transformó en el detonante de un reclamo que escaló más allá de lo esperado tras el fracaso del diálogo entre compañeros.
Para resolver el conflicto, el hombre acudió al Centro de Mediación donde se citó a las partes. Allí, en una reunión cargada de tensión, se puso sobre la mesa la cuestión central: ¿vale más un jardín cuidado que la continuidad de un contrato de alquiler?
Tras un extenso diálogo, la respuesta fue contundente. El propietario prefirió mantener el jardín y perder al inquilino. Se acordó que la mujer deberá desalojar antes del 30 de noviembre del año que viene. La fecha, dentro de un año, es el límite para que logre buscar una nueva casa donde vivir. Además tendrá que realizar el trámite de cambio de titularidad del medidor de luz ante la empresa Edersa.
Como si fuera poco, el dueño obtuvo autorización para ingresar al inmueble y retirar pertenencias que había dejado guardadas. Un gesto que, aunque pactado en buenos términos, refleja la desconfianza que ya se había instalado entre las partes.