Hay historias que no necesitan fanfarria para emocionar. A veces alcanza con dos chicos de la misma edad que cualquier otro, con mochilas listas para la escuela, con perros que los siguen por todos lados y con las golosinas elegidas siempre en la misma despensa del barrio. Desde hace tiempo también duermen en camas que ya sienten propias, con frazadas que huelen a casa. Y este jueves, en una sala del edificio de Roca y Sarmiento del fuero de Familia de Cipolletti, esa casa quedó escrita en papeles: la adopción plena confirmó lo que el corazón hacía rato sabía.
Los hermanos escucharon la noticia rodeados de quienes los acompañaron durante todo el proceso, sus ahora padres, el equipo técnico, las defensoras públicas y la jueza que decidió hablarles como se habla a los chicos que importan, con palabras claras, cálidas, sin vueltas judiciales. Les leyó párrafos que escribió especialmente para ellos, incluidos en la sentencia. Acá no hubo solemnidad, hubo una celebración. Globos, banderines, regalos y una sala convertida en un pequeño festejo pensado para que se sintieran protagonistas.
El camino había empezado meses atrás, cuando se declaró su adoptabilidad y se autorizó la guarda preadoptiva. Desde entonces, lo que construyeron fue vida cotidiana pura y dura: desayunos apurados, tardes de juego, tareas, festejos, visitas al club, rutinas que, sin decirlo, fueron armando algo más fuerte que un trámite. En la audiencia de diciembre hablaron sin miedo. Llamaron mamá y papá a quienes ahora también lo son por decisión judicial. Dijeron que querían usar los apellidos que ellos mismos eligieron. Y eso, en una historia de vida, es un gesto enorme.
Los equipos técnicos destacaron la solidez del vínculo, el respeto por sus trayectorias y la adaptación increíble que lograron en su nuevo entorno. La resolución les otorgó la adopción plena, retroactiva a la fecha de la guarda, y ordenó la inscripción de sus nuevos datos en el Registro Civil. También aseguró que sigan en contacto con un hermano biológico, porque la identidad de un niño se construye sumando, no cortando.
Ese edificio, tantas veces escenario de preocupaciones y trámites difíciles, por un rato fue otra cosa: un lugar donde dos chicos salieron abrazando regalos, un apellido compartido y una certeza que ya vivían desde antes. Que la familia que eligieron, también los eligió a ellos.