El 10 de octubre de 2010 quedó marcado para siempre en la vida de Rocío Butín. Ese día, la ruta 22, en cercanías de General Roca, fue escenario de una tragedia que cambió todo: un choque frontal se llevó a su esposo, Claudio, a sus dos pequeños hijos, Ian y Uma (de 2 y 9 años), y a su padre. Ella sobrevivió junto a una sobrina. Viajaba para visitar a parientes de su marido.
Quince años después, Rocío sigue recordando esas fechas como “un derrotero de emociones”, pero también como una oportunidad para renacer. “El 10 de octubre se cumplieron 15 años del accidente, y sí, son días movilizadores —contó en diálogo con el programa Entretiempo por AM550—, pero al mismo tiempo siento que la vida siempre da una oportunidad. Lo importante no es lo que te pasa, sino lo que hacés con eso". Sus palabras resumen una filosofía que fue construyendo paso a paso, entre lágrimas, silencios y aprendizajes. Aquella mujer que quedó en soledad tras la tragedia se reinventó. Primero, desde la solidaridad: se sumó a la red de Estrellas Amarillas, acompañando a familias víctimas de siniestros viales y promoviendo la conciencia al volante. Luego, desde la fe y el trabajo cotidiano, en el hospital Castro Rendón y como docente en un instituto terciario.
“Creo que la vida siempre te da una oportunidad. Y a mí me la dio. Me devolvió la posibilidad de ser mamá, de volver a sonreír”, confiesa.
Rocío rehizo su vida y es madre de Tomás, de 11 años, y Amy, de 8. “Son mi mayor fortuna —dice—. Honrar la vida es eso: levantarte todos los días, cuidar lo que tenés y agradecer.”
“Creo que la vida siempre te da una oportunidad. Y a mí me la dio. Me devolvió la posibilidad de ser mamá, de volver a sonreír”, confiesa.
A lo largo de los años, la escritura también fue su refugio. Autora del libro El Choconazo, mantiene un blog donde publica poesías y reflexiones, muchas de ellas nacidas del dolor, pero también de la esperanza. “El arte me ayudó a liberar lo que tenía adentro”, explica.
La solidaridad, asegura, fue el salvavidas que la rescató del naufragio. “Cuando uno pierde todo, dar una mano te salva. Sentí que estaba en medio de un mar con una tormenta, sin ver la costa. Ayudar a otros fue volver a vivir.”
Su fe y su compromiso social la mantienen activa: colabora en la capilla del barrio Alta Barda. “Siempre digo que uno sale más beneficiado que lo que aporta. Lo solidario me salvó la vida”, repite con convicción.
En cada palabra de Rocío hay serenidad y un mensaje profundo: la vida duele, pero también enseña. “Todos necesitamos del otro. Estamos conectados, pero no comunicados. Hay que volver al abrazo, al contacto, a la empatía. Reconocerte en el otro es fundamental.”
“Cuando uno pierde todo, dar una mano te salva. Sentí que estaba en medio de un mar con una tormenta, sin ver la costa. Ayudar a otros fue volver a vivir.”
Este domingo, Día de la Madre, Rocío volverá a reunirse con su familia, con su madre y sus hermanos. “Somos muy familieros, y eso me sostiene. Mi mamá ha sido un bastión enorme. Mi familia, mis hijos, mi fe... eso me mantiene viva.”
Quince años después, Rocío ya no es la misma mujer que subió a aquel auto una tarde de octubre. Pero su historia demuestra que, incluso en medio del dolor más grande, la esperanza puede volver a florecer. “Honrar la vida —dice— es elegir seguir amando, aunque duela.”