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Lunes 17 de Noviembre, Neuquén, Argentina
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Encuéntrame en tus sueños (46ta parte. Morir de amor)

La historia sigue en el aeropuerto de Shannon, bordando los últimos puntos de una historia que encuentra el desenlace.

Lunes, 17 de noviembre de 2025 a las 09:41
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Tras un largo traqueteo por los senderos que atraviesan la interminable turba irlandesa, llegamos al Aeropuerto Internacional de Shannon promediando una mañana que había comenzado con mucha sangre y mucha muerte, sumado a esa horrible sensación de que el cardenal tenía en su poder toda la información acerca de nuestros planes y nosotros éramos para el cazador solamente “patitos flotando en un estanque”.

Valdez no abrió la boca en todo el trayecto, lo que no quería decir que su mente no estuviera trabajando madurando planes “B”, “C’ o la letra que fuera. Este viejo zorro, este instintivo y a la vez ultra reflexivo policía neoyorquino tenía todo el abecedario a su disposición a la hora de tramar un plan que generalmente resultaba exitoso. 

Tal como estaba previsto, llegamos a la estación aérea y los Land Rovers torcieron hacia el sector de cargas donde se encontraba el llamado “sector militar”.  Inmediatamente divisamos la enorme estampa del Lockheed C-5 Galaxy, el avión de transporte aéreo estratégico de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, que nos llevaría de vuelta a casa.

Sobre el aeropuerto, una consistente capa de nubes se había formado anunciando la proximidad de tormenta. Pero no era para preocuparnos, confiábamos en la pericia y sapiencia de los oficiales que suelen volar estos mastodontes con alas. 

Tan pronto se produzca el despegue los pilotos volarían buscando ganar altura para perforar el “techo de nubes” y alcanzar la altitud de crucero que nos mantenga lejos de los traicioneros “cumulus nimbus”, esas negras nubes de tormenta que los pilotos de todas las épocas apodaron, no sin razón, “killers” (asesinos).  

Alrededor de nosotros, una docena de “marines”, vestidos con ropas camufladas, iban y venían ultimando los detalles finales del viaje.

Un guardia confirmó nuestras identidades como válidas y nos franqueó el paso hacia el hangar, distante a unos cien metros de donde nos encontrábamos. Allí nos esperaba el oficial a cargo de todo el operativo: un apuesto teniente coronel, de casi dos metros de altura, de apellido Walker.

En ese lugar nos separamos de nuestra custodia inicial, los efectivos de la Interpol a las órdenes de James Neville, los cuales siguieron viaje de regreso a su base en Dublin. Joe acercó el Land Rover al hangar. Bajamos y comenzamos a sacar nuestros equipajes. 

En eso estábamos cuando vi a Joe realizar una maniobra que al principio me desorientó, pero que luego tomó forma con toda su fuerza: Una vez que Valdez, Collins y yo terminamos de bajar nuestras maletas y el sector de carga del Rover quedó vacío, Joe levantó la tapa del doble fondo donde Valdez había escondido la maleta de titanio con los documentos de Carmel. Tomó la metálica valija, se la pasó al teniente y después sacó de adentro del doble fondo otra maleta, esta vez normal, una pequeña valija de viaje de su propiedad.      

Cuando la tuvo consigo, Joe cerró el Rover con llave y se la pasó a Valdez. Este, a su vez, se dirigió al teniente coronel Walker, quien parecía estar al tanto de todo, y le dio las llaves.

El oficial, que parecía más un académico de Harvard que un mero militar con mando de tropa, llamó a un sargento que andaba por ahí, probablemente su ayudante de campo, y le dio las llaves.

El sargento subió al Rover de Joe, lo encendió y lo estacionó dentro del garaje de la USAF. Luego bajó y le regresó las llaves a Walker, quien mirando a Joe le dijo, mientras guardaba las llaves en el bolsillo de su traje de vuelo, verde olivo:

-Aquí se quedará su vehículo hasta que usted regrese. No pudo haber elegido un mejor estacionamiento, y este encima tiene seguridad gratis. Eso sí, no espere que se lo lavemos, cobramos muy caro, dijo con una sonrisa franca e irónica.

Me acerqué a Joe y por lo bajo le pregunté:

-¿Puedo saber qué estás tramando?.

-Pensé que me vendrían bien unas vacaciones en los Estados Unidos. Extraño las “bagels” en el Upper West Side de Nueva York y la mejor Clam Chowder (la sopa de almejas) de New England y, además, el viaje de ida ya está pagado. Hagamos de cuenta de que me lo gané en una rifa, me respondió sonriendo.

Yo conocía muy bien ese irónico sentido del humor irlandés de Joe O’Brian. No iba de vacaciones, continuaba con nosotros en la que quizás sería la parte más peligrosa de toda esta investigación. Ni siquiera podíamos garantizar nuestras propias vidas. Joe se estaba arriesgando demasiado y yo entendía por qué, pero mucho más por quién lo hacía. El irlandés, quien era varios años mayor que yo, me miró con ese sesgo paternal que lo caracterizaba y desgranó:

-Después de haberte visto en acción esta mañana en Phnom Penh II, como si fueras un verdadero soldado, entendí que es evidente que no se te puede dejar solo, así que aquí estoy para cuidarte, y sonrió.

-Y además eres mi mejor amigo, agregó, y me abrazó con fuerza.

Valdez conversaba con el comandante Walker pero de vez en cuando nos lanzaba una mirada a Joe y a mí. Eso me confirmó que el dominicano había tenido mucho que ver con la incorporación de Joe O’Brian al equipo y a la “guerra” que veníamos librando desde hacia mucho tiempo. Y no me equivoqué.

En un momento, Valdez le pidió disculpas al comandante y vino caminando hacia nosotros, al llegar me espetó:

-Antes de que empiece a protestar, como es su costumbre, le aclaro que decidí incorporar al equipo al señor O’Brian por su valiosa participación en el combate del cañadón. Además es periodista como usted y entre los dos se van a entender, los dos son muy buenos amigos y entre todos tendremos un buen equipo.

-Está bien pero déjeme aclararle una cosa...

-¡Acá no tiene nada que aclarar, cállese la boca!, me gritó, giró y volvió al hangar a retomar su dialogo con Walker.

Yo lo miré a Joe que se reía con ganas.

-¿Siempre termina las discusiones así?, me preguntó.

-Eso no es nada...tiene otros finales mucho peores, pero el tipo es una auténtica leyenda en el ambiente policial, judicial y hasta en el bajo mundo, donde tiene su “club de fans”. Y como bien sabes Joe, a las leyendas no se las discute, se las venera, aclaré.

Todo parecía estar listo. El comandante Walker daba las indicaciones finales antes de partir. Los “marines” ocupaban sus posiciones dentro del avión y revisaban sus armas, sus municiones, sus equipos personales de comunicación. Parecía un vuelo de rutina de regreso a los Estados Unidos, pero este viaje tenia otros componentes y Walker estaba totalmente al tanto de las amenazas que se cernían sobre nosotros y, por extensión, sobre su tropa.

No era un vuelo cualquiera. El hecho de que pusieran a un teniente coronel al mando de la aeronave indicaba lo excepcional de la misión, y la preocupación por nuestra seguridad y, especialmente, la integridad de una rara maleta de titanio que Valdez traía consigo.

Nuestros equipajes habían sido escrupulosamente guardados en los más seguros compartimentos de carga que el avión poseía en su interior. Gabinetes a prueba de balas con combinación alfanumérica. Pero la valija de titanio con los centenares de documentos y pruebas físicas recolectadas por Carmel Flanagan, estaba a buen resguardo bajo el control directo del  comandante Walker cuya estricta disciplina y su notable eficiencia saltaron rápidamente a la vista.

De pronto, cuando se acercaba el momento de cerrar las compuertas de acceso al interior del avión, se escuchó desde el exterior el llamado de uno de los hombres de Walker, que decía traer un télex urgente de la central de Interpol para el teniente Valdez.

Prestamente, Walker abrió una de las compuertas y bajó la escalerilla que la permitió al soldado subir al avión. Valdez se liberó de su cinturón de seguridad y se acercó a recibir la comunicación. 

Valdez tomó el papel en sus manos. Era un mensaje directo hacia su persona, enviado vía télex por el propio James Neville. El marshall leyó el papel, la inconfundible tipografía de la impresora era más que clara. El comunicado traía agregado un pequeño rollo de cinta perforada de color amarillo, una copia del mensaje escrito recibido en la impresora del télex. 

Los duchos operadores de télex sabían cómo descifrar ese código de pequeños agujeritos aparentemente caóticos y sin sentido. Y hasta algunos periodistas experimentados, como Joe O’Brian y un servidor, también tenían esa habilidad.  

A medida que Valdez leía el mensaje, su rostro parecía oscurecerse. De pronto, su expresión se tornó consternada y sombría. Era evidente que no eran buenas noticias.

Al terminar, Valdez miró al comandante Walker, quien también había leído el mensaje y, dándole las gracias al mensajero, regresó a su asiento para prepararse para el despegue. Lo miramos, no dijo absolutamente nada. estaba claro que no tendría ganas de hablar por un largo rato y, como el tiempo era la magnitud que más nos sobraba, resolvimos dejarlo en paz por un buen rato.

Walker chequeó las compuertas y se dirigió a la cabina para ocupar el asiento izquierdo, correspondiente al piloto comandante del vuelo. Tras unas comunicaciones por la radio, el gigante comenzó a ser remolcado por el tractor hacia la calle de rodaje que lo llevaría a la cabecera de la pista en servicio.

En nuestro caso, la salida seria por la pista 27. En todos los aeropuertos este número indica que el avión despegará con dirección 270 en su brújula, o sea hacia el Oeste. 

Después de todos estos días dramáticos y vertiginosos, lo único que nos interesaba era que la pista de despegue apuntara hacia los Estados Unidos.

Después del remolque, el avión quedo en posición de rodar por sí mismo hacia la cabecera indicada desde la torre de control.

Al llegar, el enorme aeroplano de unos 75 metros de largo y 380 toneladas de peso, comunicó a la torre su posición y su disposición para el despegue. La respuesta de los controladores aéreos no tardó en ser recibida. “Galaxy, autorizado para despegar, buen viaje”.

Desde mi asiento alcancé a ver cómo el comandante Walker posaba su mano derecha sobre los controles de aceleración al mismo tiempo que miraba a su primer oficial como si lo estuviera invitando a hacer lo propio como lo establecen los procedimientos. Ambos tomaron los 4 aceleradores con sus manos y los empujaron coordinadamente hacia adelante iniciando así la combustión y nuestro viaje.

En cuestión de segundos, los cuatro motores Turbofan General Electric, dispuestos bajo las alas del monstruo, rugieron como cientos de leones respondiendo a sus 183 kiloNewtons de potencia cada uno, en total: 164.000 libras de empuje que, al mismo tiempo que disparaban el avión hacia adelante como un misil, la inercia nos pegaba a todos contra el respaldo de nuestro asiento como si fuéramos tristes muñecos de trapo.

El Galaxy emprendió su carrera de despegue hasta alcanzar la llamada “velocidad de rotación”, esto es, la velocidad que le permite al piloto tirar hacia atrás los mandos a fin de elevar el morro del aeroplano y luego el mismo avión, iniciando así el ascenso de la aeronave.

Hombre de gran clase, Walker pilotaba esta bestia como si estuviera conduciendo un Mustang convertible de camino a la soleada Malibú. Pasados unos segundos el avión abandonó su contacto con el suelo y remontó vuelo. El primer oficial le anunció a su jefe:

- ¡Ascenso positivo, tren arriba! El copiloto levantó la palanca mecánica que tenia en frente hasta su traba superior, al mismo tiempo que escuchábamos y sentíamos bajo nuestros pies, la vibración y el sonido, como el ronquido de un gigante, de las 28 ruedas que conforman el tren de aterrizaje del C-5 Galaxy entrando en sus receptáculos bajo el fuselaje. 

Después de ese trámite, vimos cómo el avión rompía el techo de nubes que cubría la zona del aeropuerto y pasaba a rodearnos un puro cielo azul libre de nubes. La aeronave, en las expertas manos del teniente coronel Walker, comenzaba a ganar altura para entrar en el rumbo establecido en su plan de vuelo, a 35 mil pies de altura.
Teníamos por delante poco más de diez horas de vuelo. Dentro del avión, una docena de Marines y Navy Seals dormitaban tranquilos, acostumbrados a viajar en este tipo de transporte y ser desplegados en cualquier escenario de guerra del planeta.

Dentro de la cabina, Walker parecía dormir apaciblemente en su asiento. Había cedido el control de la aeronave primero al piloto automático y después, en caso de falla, ataque enemigo o peligro inminente, a su primer oficial, un joven capitán de espartana estampa que parecía haber salido de la misma academia de su comandante, cuyo lema parecía rezar “Siempre hay una manera mas difícil de hacerlo” 

Por su parte, Collins dormía también al igual que Joe O’Brian. Los únicos insomnes por ahora en ese vuelo éramos Valdez y quien esto escribe.

El teniente había sacado su libro de apuntes y parecía estar escribiendo algo.

Para romper el hielo le pregunté por lo que estaba haciendo.

Paró de escribir, me miró directo a los ojos y dijo casi tímidamente:

-Son apuntes personales, nada del otro mundo.

-¿Son privados o se pueden leer?, pregunté, sin muchas esperanzas.

Se quedó pensando en silencio y después de un rato levanto su vista hacia mí y respondió:

-Tal vez algún día lo comparta... con usted, quizás hasta me pueda corregir mis errores de escritor principiante, me dijo con una humildad que era infrecuente en él.

-Para mi será un honor, teniente, cuente conmigo, le dije.

Aproveché el espacio de intimidad que habíamos abierto casi sin buscarlo y le transmití mis temores más profundos, los cuales estaban relacionados con el miedo a que el cardenal supiera de nuestros planes y ahora estuviéramos volando hacia una muerte segura mientras el pervertido clérigo que un día profanó los votos más sagrados de un sacerdote, jugaba con nosotros como un titiritero lo hace con los hilos de sus marionetas.

Valdez me miró comprensivo y comenzó a desgranar una de sus explicaciones magistrales, esa sabiduría que le venia de sus padres dominicanos, su infancia y juventud neoyorquina, sus experiencias en el curso de detectives de Buenos Aires, en Argentina y su propia historia de vida, llena de momentos, dudas y certezas.

-Los poderosos como nuestro cardenal saben perfectamente cómo manejar el miedo de los demás para poder someterlos a su arbitrio. Seguramente no posee toda la información de lo que tenemos, planeamos o hacemos, pero sabe cómo convencer a todos que efectivamente tiene esa vital información que lo vuelve un tipo absolutamente poderoso e infalible. Es un pobre e inseguro individuo metido dentro de una cáscara vacía que lo hacer parecer un gigante cuando en realidad es un pobre minusválido.

-¿Minusválido?, pregunté intrigado.

-¿Y cómo llamaría usted a un hombre que jamás conoció el verdadero amor?. Un hombre que no tuvo hijos, ni siquiera los hijos que le provee la iglesia, porque sencillamente en vez de darles amor y enseñarle “el camino, la verdad y la vida”, los vendió como niños esclavos entregados a su muerte. ¿Cómo calificaría a un hombre que necesita de todo el poder imaginable para sentirse seguro, porque sin ese poder queda desnudo, tan desnudo como aquel rey del cuento que creía llevar un preciado ropaje hasta que un niño inocente de toda inocencia puso en evidencia su desnudez? ¿Cómo lo llamaría? ¡Dígame...! me repitió. 

-¡Minusválido! declaré con total seguridad.

-Mientras el cardenal siga convencido de su supuesta condición de hombre indestructible, tendremos sobre él la absoluta ventaja y estará irremediablemente condenado a la derrota, pero en cuanto creamos que él es todopoderoso y que nos controla día y noche, entonces los vencidos seremos nosotros.

Lo miré en silencio, no esperé y le pregunté:

-¿Qué decía el mensaje?

Valdez no esperó, mirándome a los ojos dijo con tristeza:

-Carmel acaba de morir en el Hospital Municipal de Shannon, tal como lo esperábamos. Neville estuvo presente y me dijo que el viejo sicario se fue en paz.

Yo no sabía la razón pero me parecía que la historia estaba incompleta. Lo miré a Valdez directamente a los ojos y le confesé:

-Siento que falta una parte de toda la historia...

Valdez se quedó en silencio por un momento y entonces respiró profundamente y continuó:

-Milly MacFanon se fue con él. Las enfermeras la encontraron acostada junto a Carmel en la cama del hospital, ambos abrazados, ambos con sus rostros en paz, mejilla con mejilla, como si una larga, injusta y eterna historia hubiera llegado a su fin y ahora, finalmente, pudieran estar juntos por toda la eternidad.

-¿Pero qué ocurrió con Milly? ¿Cómo se quitó la vida?, pregunté.

-Las mismas enfermeras que certificaron la muerte de Carmel y Milly encontraron en la mesa de noche un frasco vacío de un poderoso barbitúrico y un vaso con restos de agua. La etiqueta pertenecía a la farmacia del hospital y probablemente Milly había tomado la decisión mucho antes y para ello robó el medicamento de la droguería. Al ver que Carmel había muerto, la desdichada se tomó todo el frasco, unas 25 cápsulas, y se acostó con el amor de su vida para irse con él. Entre sus pertenencias había una carta dirigida al juez del caso explicando su decisión.

-Todo Greenbrae la llorará.

-Ya lo creo, pero se irán a descansar a su aldea natal, nadie los podrá separar, nadie los podrá amenazar, ya nunca más.

Me levanté de mi asiento, miré a Valdez, le di las gracias por confiarme el contenido del mensaje y le dije con mi mano en mi corazón:

-Después de todas las muertes que hemos visto a veces creo que lo más difícil de matar es un amor genuino.

-No tenga la menor duda. Como dijo alguien: “el amor mueve el Sol y otras estrellas”.

-¡Esa cita es del Dante y de la Divina Comedia!, casi grité.

-Lo sé, Rosalyn me contó cómo lo conoció en ese incendio y usted le dijo entonces esa frase y cuánto la ayudó...

-Bueno, la frase no me pertenece, así que ¡se la regalo teniente...!

Me fui a mi asiento para tratar de dormir y el teniente hizo lo mismo. El ronroneo de los motores del Galaxy a 35 mil pies nos acunaría hasta el amanecer.

(Continuará)

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