En el corazón de Taquimilán, una pequeña localidad del norte neuquino, se levanta una casa que parece desafiar al tiempo. Sus paredes de adobe, techo de carrizo, reforzadas con madera de álamo y restauradas con minerales de arcilla, llevan más de 130 años sosteniendo historias, oficios y sueños. Allí donde antes funcionó un comercio de ramos generales, una estafeta postal, una biblioteca y hasta una radio local, hoy late un espacio de memoria viva que une pasado y presente.
El encargado de mantener encendido ese legado es Ariel Cid, productor y estudiante de agronomía, quien junto a su familia decidió habitar la vivienda y convertirla en un símbolo de identidad para el pueblo. “No se trata solo de conservar una casa antigua, sino de resignificarla para que las nuevas generaciones encuentren en ella sus raíces”, explica mientras señala los murales que hoy decoran las paredes y los objetos que sobreviven como testigos del tiempo.
Quien atraviesa la puerta se encuentra con un verdadero museo de la vida rural: arados, pecheras, balanzas y piezas de un antiguo molino recuerdan la fuerza de los bueyes y caballos que marcaban el ritmo de las cosechas. Son huellas de un tiempo en que el esfuerzo comunitario y la tierra eran el centro de la existencia.
Cada rincón transmite la esencia de los abuelos que alguna vez habitaron la casa, y que ahora vuelven a estar presentes a través de esta apuesta por recuperar la memoria colectiva.
Pero Ariel y su familia no se conforman con custodiar el pasado. Su sueño es transformar este lugar en un punto de referencia para el agroturismo, recuperando prácticas productivas locales con la mirada puesta en la soberanía alimentaria. La idea es que visitantes y vecinos puedan encontrarse en la casa no solo para conocer su historia, sino también para aprender de la tierra y de los modos de producción que sostuvieron durante generaciones a la comunidad de Taquimilán.
“Queremos que este espacio sea un aporte a la memoria local, pero también un motor de futuro, donde la identidad y la producción vayan de la mano”, afirma Ariel.
Este rincón de Taquimilán es más que una construcción centenaria: es un testimonio vivo, un puente entre lo que fue y lo que puede ser. Una invitación a recorrer el pasado, a escuchar lo que dicen las paredes de adobe, y a soñar con que en esas mismas raíces las nuevas generaciones encuentren la fuerza de su identidad.