Luciano Saracino no vino a dar una clase de historia de la historieta: vino a interpelar. Su charla, titulada Sigue nevando allá afuera, que brindó el domingo en el cierre de la Feria Internacional del Libro de Neuquén partió de una pregunta sencilla y punzante: “¿Sigue nevando allá afuera?” —y esa interrogación se vuelve un desafío a quien todavía hojea la obra o la descubre por la serie reciente.
“Es mirar a los ojos al lector… preguntarle: ¿qué le ha pasado con El Eternauta? ¿Qué es el Eternauta? ¿Qué significa El Eternauta?”, dice Saracino en un tramo de la charla con Mejor Informado.
Para él, la clave no está sólo en la estética ni en la técnica de la historieta, sino en dos ideas que la vuelven inagotable: el tiempo y el lugar. “El Eternauta marcó un antes y un después. El Eternauta como objeto, como nombre, va cambiándose trajes, atraviesa el tiempo, el espacio, los idiomas. El Eternauta sigue contando cosas”, sostiene. Y precisa: su tiempo fue el 1957 pero también “es presente ahora porque la serie sucede ahora. Entonces nos sigue convocando”.
Saracino insiste en que lo revolucionario de la obra de Héctor Germán Oesterheld no fue sólo la catástrofe fantástica, sino situarla aquí: “El lugar es aquí. El lugar es Argentina. El lugar es Latinoamérica. Ese planteo es absolutamente revolucionario. Porque hasta ese momento la aventura siempre pasaba afuera: París, Nueva York... El Eternauta nos dijo: esto nos puede pasar a nosotros”. Esa cercanía transforma la lectura: la posibilidad de la invasión o el desastre deja de ser ajena y se hace plausible, y con ella la pregunta por cómo enfrentarlo.
Esa respuesta no es individualista. Saracino subraya una idea central de la obra: “El único héroe válido es el héroe colectivo”. En la historieta no aparece un superhombre que salva a todos; el protagonismo lo tiene el pueblo, “el obrero, el albañil, el comerciante, el jubilado, el pequeño empresario”. La fuerza está en la unión de muchos: “Todo eso unido puede enfrentarse a eso que viene a devastarnos. Es tremendamente actual”.
Esa actualidad, explica Saracino, se lee también en la tragedia íntima que atraviesa la familia Oesterheld. “Es la historia de un hombre de clase media al que se le acaba el mundo; con ese fin del mundo sale afuera a ver qué pasa”, relata. Pero los finales no son felices: “Tanto El Eternauta como la familia Oesterheld desgraciadamente tienen finales tristes. Los malos ganan; todavía seguimos de este lado de la historia intentando contarla de vuelta, intentando hacer que alguna vez los buenos ganen”. La melancolía de esa derrota resuena hoy, y muchas de las frases de la obra “van teniendo otra dimensión, otro compromiso”.
La confesión personal le da al relato una tonalidad íntima: Saracino recuerda que se encontró con El Eternauta de niño, entre los tesoros que su padre guardaba: “Mi padre guardaba las Hora Cero semanal, en mi casa era religión, era el fuego que unía. Leí esa revista a los cinco años y creo que todos los años de mi vida lo he leído”. Esa experiencia explica su camino profesional: “Me volví escritor porque amo y amé El Eternauta. Me volví guionista porque hubo una vez un hombre que me dijo: ‘veni, esta es una casa hermosa para contar historias; contá las vuestras’”.
El paso de la historieta a la serie reavivó el debate sobre cuánto cambia una obra cuando se traslada a otro formato y a otro tiempo. Para Saracino, más que un reemplazo, la serie “lo trajo de vuelta a este presente”, y eso es deseable: las grandes obras sobreviven porque se re-significan. “Nos sigue convocando”, repite: la obra sigue hablándonos “mirándonos a los ojos”.
Si hay una lectura política en la charla de Saracino, no es dogmática: es una invitación a leer El Eternauta como una antena para entender las apuestas colectivas hoy. Volver a la historieta es también volver a preguntarse por los relatos que contamos sobre la comunidad, el heroísmo y aquello que viene de afuera y amenaza. “Seguimos necesitando a ese héroe colectivo”, afirma, y cierra con una idea que parece el epicentro de su reflexión: la historieta no prometió un final feliz, pero sí enseñó que la resistencia posible es la horizontal, la cotidiana, la que emerge cuando la gente se reconoce como protagonista de su propio destino.
En tiempos en los que la cultura popular se adapta a plataformas nuevas y el pasado reaparece con otras formas, Saracino propone una lectura militante y afectiva: leer El Eternauta no es sólo repasar una pieza fundacional de la historieta argentina, es mirarnos y decidir si seguimos negando o aceptando que “sigue nevando allá afuera”.