El reuma es una enfermedad crónica y degenerativa que afecta principalmente a las articulaciones, provocando inflamación de la membrana sinovial que recubre los cartílagos. Esta inflamación prolongada puede extenderse y causar daño en órganos vitales como el corazón, los pulmones o los riñones.
Cuando la inflamación se mantiene en el tiempo, los huesos, ligamentos y tendones también pueden sufrir daños, lo que lleva a deformidades progresivas en las articulaciones y a la pérdida de la capacidad para realizar actividades cotidianas.
Según la Sociedad Española de Reumatología, las primeras señales pueden incluir fiebre o astenia, seguidas por inflamación en articulaciones diartrodiales, debilidad y rigidez muscular, y una movilidad limitada. Además, pueden formarse nódulos reumatoides en zonas como codos, dedos de manos y pies, o incluso en el interior del cuerpo.
Con el avance de la enfermedad, las deformidades articulares se vuelven más evidentes. Otros síntomas asociados son la sequedad en piel y mucosas, atrofia de glándulas productoras de saliva, jugos digestivos, lágrimas o flujo vaginal, y vasculitis, que es la inflamación de los vasos sanguíneos.
También puede desarrollarse inflamación en las membranas que cubren pulmones y corazón, generando dolor torácico, dificultad respiratoria y problemas cardíacos.
Para mitigar los síntomas y evitar daños mayores, la alimentación juega un papel crucial. Se recomienda una dieta baja en sodio, pero rica en aceites vegetales con ácidos grasos Omega 3, además de mantener un peso saludable y evitar el consumo de tabaco.
Alimentos aconsejados: semillas de soja, nueces, sésamo, limón, apio, pescado azul, hortalizas, verduras, frutas, cereales integrales, ajo y cebolla.
Alimentos a evitar: carnes rojas, grasas saturadas, harinas refinadas, azúcar, dulces y alcohol.
Adoptar estos hábitos alimenticios junto con un estilo de vida saludable es fundamental para controlar el reuma y mejorar la calidad de vida de quienes la padecen.