En el Impenetrable chaqueño, donde los caminos son de tierra, el agua se junta cuando llueve y la luz depende del sol, hay una escuela que funciona como faro. Allí, en la Escuela N° 793 “Don Carlos Arnaldo Jaime”, del paraje La Sara, en Taco Pozo, Gloria Cisneros es mucho más que una docente: es maestra, directora, enfermera, psicóloga, referente comunitaria y, para todos, simplemente, “la maestra”.
Su historia cobró dimensión nacional en los últimos días, cuando se conoció que fue seleccionada entre los 50 finalistas del Global Teacher Prize, el galardón internacional que distingue a los mejores docentes del mundo. Pero antes del reconocimiento, hubo una vida marcada por el esfuerzo, la ruralidad y la convicción de que la educación puede cambiar destinos.
Infancia entre el monte y la escuela rural
Gloria nació en Taco Pozo, en una familia numerosa. Creció con su mamá como sostén cotidiano, mientras su papá y sus hermanos mayores trabajaban durante semanas en el monte. “Los veíamos una o dos veces al mes”, recordó en diálogo con el programa Entretiempo por AM550.
Su madre, pese a no haber terminado la primaria, fue clave. “Siempre tuvo claro que la educación era el motor del cambio. Nos exigía, nos acompañaba, tenía un bagaje cultural enorme”, contó. Esa mirada dejó huella. De chica, jugaba a ser maestra con sus hermanos, corregía cuadernos, armaba evaluaciones, aunque nunca imaginó que ese juego la llevaría tan lejos.
Como alumna rural, conoció de primera mano lo que hoy viven sus estudiantes: caminar o pedalear kilómetros, compartir aulas plurigrado y estudiar en contextos atravesados por la cosecha, el trabajo rural y la precariedad.
Elegir quedarse donde más se necesita
Cuando pudo elegir destino, Gloria no dudó. Optó por una escuela del Impenetrable, aun sabiendo lo que implicaba. Hoy viaja cada lunes durante horas para llegar al establecimiento y se queda allí toda la semana, conviviendo con sus alumnos, que son albergados.
“Tenemos a los niños a cargo todo el tiempo. Hay que atenderlos, contenerlos, cuidarlos”, explicó. Actualmente, son 15 alumnos de primaria, de primero a séptimo grado, todos juntos en una misma aula, más niños pequeños que se preparan para iniciar la escolaridad.
La escuela funciona con paneles solares y recolecta agua de lluvia, ya que las napas son saladas. La conectividad, cuando llegó, fue una bisagra. “Internet permitió mejorar la calidad educativa y abrir el mundo”, señaló.
El aula como refugio
Su primer año como docente no fue sencillo. Le tocó un grupo con graves problemas de aprendizaje y conducta. Incluso fue agredida. “Después entendimos que detrás de esa violencia había historias de dolor, abandono y miedo”, relató. La estrategia fue el acompañamiento, la comprensión y la contención. Al final del ciclo, el grupo había cambiado.
Esa lógica atraviesa toda su tarea. Para Gloria, enseñar no es solo transmitir contenidos, sino formar personas. Por eso trabaja codo a codo con las familias, impulsa proyectos comunitarios y sostiene el diálogo como herramienta central.
“Que los chicos conozcan el mundo más allá del monte”
La nominación internacional llegó a partir del trabajo cotidiano. Una plataforma educativa internacional evaluó el impacto de sus proyectos, el uso de tecnología en contextos adversos y el vínculo con la comunidad. Luego, la Fundación Varkey —que entrega el premio junto a la Unesco— la seleccionó entre miles de postulaciones.
“Mi motivación es que los chicos conozcan el mundo más allá del monte, que puedan pensar, opinar, soñar”, resumió Gloria. Para eso, usa pantallas, recursos digitales y estrategias que rompen el aislamiento geográfico.
El reconocimiento no borra las dificultades ni las ausencias. “Durante la semana extraño a mis hijos; los fines de semana extraño a mis alumnos. Es una división de sentimientos que nos pasa a los docentes rurales”, confesó.
“Mi motivación es que los chicos conozcan el mundo más allá del monte, que puedan pensar, opinar, soñar”, resumió Gloria.
Más allá del premio
Gloria tiene dos hijos adolescentes. Ambos fueron alumnos rurales y hoy continúan sus estudios. Para ella, la nominación trasciende lo personal. “Es un reconocimiento al trabajo de los docentes rurales, al sacrificio silencioso que se hace todos los días”, dijo.
Convertirse o no en la mejor docente del mundo será una decisión del jurado internacional. Pero en el Impenetrable chaqueño, en una escuela alimentada por el sol y la voluntad, Gloria Cisneros ya ganó hace tiempo: logró que la educación sea una puerta abierta, incluso donde todo parece cerrado.