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Viernes 21 de Noviembre, Neuquén, Argentina
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“Qué caro nos salió el Mundial”: el grito que sacude al fútbol argentino y expone a Chiqui Tapia

La consagración de Rosario Central por la tabla anual estalló en polémica: decisiones a puertas cerradas, acusaciones de favoritismo y un fútbol argentino que vuelve a quedar bajo la sombra del poder.

Viernes, 21 de noviembre de 2025 a las 13:38
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La consagración por reunión dirigencial volvió a encender las sospechas sobre el poder en la AFA.

“Qué caro nos está saliendo el Mundial” es la frase que no deja de sonar en bares, redes, programas y tribunas. No es casual: el fútbol argentino atraviesa uno de sus momentos más calientes en años, donde cada movimiento de la casa madre huele a sospecha y cada anuncio parece escrito en una oficina a puertas cerradas. El nuevo capítulo llegó este jueves, cuando Rosario Central se enteró de madrugada que acababa de sumar un título oficial por encabezar la tabla anual. Un campeonato sin previa, sin aviso, sin cancha y sin festejo popular. Apenas una reunión y una foto: trofeo, sonrisas tensas y polémica global.

Ariel Holan lo dijo sin rodeos: “Nos enteramos anoche”. Más claro, imposible. El Canalla, líder indiscutido de la temporada regular, recibió su octava estrella por un decisionismo dirigencial que rompió cualquier manual. Lo que en otros países se fija antes de que ruede la pelota, en Argentina se define por decreto. Un detalle menor: no todos sabían del plan. O al menos no públicamente. Aunque Ángel Di María dejó escapar hace veinte días una frase que hoy suena casi profética: “Sacamos puntos importantes para ser campeones de la tabla anual”.

El impacto fue inmediato. MisterChip, desde España, fue lapidario: “Un poco raro ganar un título después de una reunión de ejecutivos en lugar de hacerlo en la cancha”. En Uruguay fueron más directos: “En los escritorios”. El diario AS, fiel a su estilo, empujó el sarcasmo: “Argentina se inventa un campeón de Liga y ya hay ocho campeones al año”. Cada título extranjero parecía un espejo incómodo que dejaba expuesta la desprolijidad local.

Como si faltara combustible, Estudiantes de La Plata, eterno opositor a la conducción actual, denunció que no hubo votación alguna. A contramano de la versión oficial, el Pincha aseguró que nadie levantó la mano. Recién entonces apareció Pablo Toviggino con documentos impresos para demostrar que sí se había aprobado. En el medio, el ruido ya era ensordecedor y la credibilidad estaba otra vez en jaque.

Hay patrones que se repiten. La comparación con los tiempos de Grondona y su Arsenal surge sola. Lo mismo ocurre con Barracas Central, el club del presidente Claudio Tapia, que ascendió a una velocidad récord e hizo coincidir su mejor etapa deportiva con el apogeo del mandamás de la AFA. En un país donde la memoria futbolera es feroz, los paralelos incomodan.

Y mientras tanto, los hinchas, los de todos los colores, coinciden por primera vez en algo: el fútbol argentino perdió seriedad. Torneos con 30 equipos, formatos mutantes, tablas que cambian de valor, decisiones tomadas con la competencia en curso y manejos que alimentan teorías de favoritismo hacia clubes cercanos al poder. La liga que se vende como “la de los campeones del mundo” convive con la paradoja de ser una de las más desordenadas del continente.

Chiqui Tapia, que construyó su liderazgo abrazado a la Selección campeona, parece hoy atrapado en una lógica repetida: avanzar sin consultar, responder con altanería y sostener cambios que erosionan el prestigio de la competencia doméstica. Lo mismo ocurre con Toviggino, convertido en un protagonista habitual de peleas públicas que poco favorecen a la conducción del fútbol argentino.

El premio a Central se explica por rendimiento, nadie lo discute. Fue el mejor equipo del año. Pero el modo elegido despertó la bronca de un país entero que siente que el reglamento es maleable y que el fútbol, su pasión más visceral, se define cada vez más lejos del césped. El propio festejo de Angelito Di María, defendido por su esposa Jorgelina Cardoso en redes, quedó atrapado en un clima colectivo que pide una cosa básica: transparencia.

El pedido es claro. Menos sorpresas, más reglas claras. Menos secretismo, más previsibilidad. Que ser campeones del mundo no sea la excusa para naturalizar decisiones que parecen hechas a medida. Porque, como se escucha en cada rincón del país, el fútbol argentino merece algo mucho más simple y difícil a la vez: volver a ser creíble.

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