El caso de Sebastián Villa, futbolista colombiano, marcó un hito en el fútbol argentino por la condena por violencia de género y amenazas que recibió en 2023 tras la denuncia de su expareja Daniela Cortés en 2020.
En ese contexto, Boca Juniors enfrentó una fuerte presión social por parte de hinchas, periodistas y colectivos feministas, que exigieron la suspensión y eventual salida del jugador del club. Villa fue marginado del plantel y juzgado públicamente.
Sin embargo, en 2024 el delantero regresó a la competencia en Argentina, pero esta vez en un club con menor exposición mediática: Independiente Rivadavia de Mendoza. Allí, se ganó la capitanía y se convirtió en figura clave del equipo.
Las causas judiciales y el fútbol
En 2025, Villa fue absuelto en una segunda causa judicial, esta vez por abuso sexual, un hecho que pasó casi desapercibido en la prensa, a diferencia de la cobertura que tuvo en su momento la condena inicial.
Con la camiseta azul y blanca mendocina, Villa logró un hito histórico: conquistar la primera Copa Argentina para Independiente Rivadavia, lo que le valió la clasificación a la Copa Libertadores 2026.
Este resurgimiento deportivo, sin embargo, puso en evidencia un doble estándar mediático y social. Mientras que su figura fue escrutada y cuestionada con dureza en Boca, el mismo jugador fue recibido con menos críticas en Mendoza. Esto plantea un interrogante sobre la coherencia ética del sistema deportivo y periodístico argentino.
El debate no se centra en la posibilidad de rehabilitación profesional de Villa, sino en la disparidad con que se aplican los criterios morales. Si el rechazo inicial fue por ética, ¿por qué ahora se tolera el silencio? El silencio, como se señala, también es una manera de avalar.
Más allá del caso individual, la situación de Villa refleja cómo los discursos y la atención mediática pueden variar según intereses comerciales y mediáticos, relegando a un segundo plano la discusión sobre violencia de género y el impacto en las víctimas.