La noticia estremeció al mundo del fútbol y a millones de corazones. En plena madrugada española, una curva en la autopista A-52 se llevó para siempre la vida de Diogo Jota y la de su hermano André. Tenía 28 años, una carrera consolidada, una familia que recién empezaba a construir, y un futuro brillante por delante. Hoy, el fútbol llora no solo a un crack mundial, sino a un padre joven, un esposo enamorado y un hermano mayor.
Nacido en Massarelos, Portugal, el 4 de diciembre de 1996, Diogo Jota —cuyo nombre completo era Diogo José Teixeira da Silva— demostró desde muy chico un talento fuera de lo común con la pelota. Tras destacar en el Paços de Ferreira, su carrera despegó cuando el Atlético de Madrid puso los ojos sobre él. Luego vinieron el Porto, Wolverhampton y finalmente el Liverpool, donde se ganó el respeto de una de las ligas más exigentes del planeta y el cariño de una hinchada apasionada.
Pero más allá de los goles, las camisetas y los estadios llenos, Jota era también un joven que vivía una felicidad tranquila. En los últimos días, se había casado con Rute Cardoso, su compañera de toda la vida. Juntos tenían tres hijos pequeño. Su historia no era la del típico jugador rodeado de escándalos. Era la de un muchacho de barrio que, sin olvidar sus raíces, supo construir una vida desde el amor, el trabajo duro y la humildad.
El accidente que le costó la vida ocurrió en una ruta poco transitada del norte de España, mientras viajaban rumbo a embarcarse hacia Inglaterra. El Lamborghini que manejaba sufrió el reventón de un neumático, se descontroló y terminó envuelto en llamas. Murió al instante junto a su hermano, con quien compartía mucho más que la sangre: eran mejores amigos.
La tragedia dejó una huella imborrable en su club, en sus compañeros de selección y en millones de fanáticos que lo vieron brillar en la Premier League o con la camiseta de Portugal. En cada tribuna donde se gritó un gol suyo, ahora se guarda silencio. En cada camiseta roja que alguna vez usó, ahora hay un nudo en la garganta.
Su esposa, Rute, fue quien tuvo que reconocer el cuerpo calcinado. Un acto de amor desgarrador. Hoy, ella enfrenta un duelo inmenso, el de perder a su compañero de vida, mientras cría tres hijos que crecerán sin su papá, pero con el recuerdo intacto de un hombre que amó profundamente.
Diogo Jota ya no está. Pero su huella, en el césped y en los corazones, permanecerá para siempre.