Bibi Netanyahu y su gobierno siempre tuvieron claro que la guerra en la Franja de Gaza, desatada tras los crímenes del grupo terrorista Hamas, los más salvajes sufridos por la población civil en Israel, terminaría solo cuando Hamas dejara de ser para siempre una amenaza. Esto implicaba que no quedara en pie un Hamas armado y que todos los secuestrados fueran liberados.
Objetivos incumplidos
Tras casi dos años, esos objetivos no se han cumplido porque ambos son incompatibles: la diplomacia puede recuperar a los secuestrados, pero mantendría a Hamas en pie. La presión militar podría terminar con Hamas, pero pondría en riesgo a los secuestrados.
Durante estos dos años, el gobierno de Israel, responsable político de la falla de seguridad más grave de la historia del país, fue gestionando este dramático dilema. Si bien aceptó que mediante la política y la diplomacia se llegaría a acuerdos parciales para que una parte importante de los 250 secuestrados por Hamas pudieran ser liberados, Netanyahu siempre supo que el costo de habilitar definitivamente la vía política para alcanzar un acuerdo final con Hamas iba a dejar en pie a esta organización terrorista o, lo que es lo mismo, como el ganador de la guerra.
En esa tensión permanente, presionado internamente por los familiares de los secuestrados y por un sector importante de la sociedad para que el ejército no realizara un asalto definitivo sobre Hamas que pusiera en peligro a los rehenes que aún continúan secuestrados, y recibiendo crecientes críticas internacionales por la crisis humanitaria, Netanyahu administró esta situación durante casi dos años hasta llegar al punto en el que está hoy: hacer lo que quiso hacer desde el primer día, terminar con Hamas.
Los límites de la diplomacia
Por eso el escenario cambió dramáticamente en las últimas semanas. Primero, con la decisión de emprender una operación militar en la Ciudad de Gaza, desaconsejada por los altos mandos del ejército, para romper el vínculo que Hamas mantiene con alrededor de un millón de personas, pero sobre todo para ir por lo que Israel considera el último bastión de Hamas en la Franja.
Las vías políticas y diplomáticas, que vienen agonizando hace mucho, parecen ya enterradas. Esto se debe, primero, a la perversidad de Hamas, acompañada por la pasiva mirada de la comunidad internacional que, siempre muy atenta a condenar a Israel, no ha ejercido ninguna presión sería para exigir la liberación de los secuestrados. Y después, al ataque de Israel sobre Catar, uno de los países mediadores y aliado de Estados Unidos, que terminó de convencer a todos de que lo que venía ahora era otra cosa.
Y esa otra cosa es lo que está sucediendo: una aceleración de las operaciones militares israelíes que, mientras evacúan a miles de gazatíes hacia el sur de la Franja, profundizando una crisis humanitaria ya grave, intentan llegar al centro del poder de Hamas en el corazón de Gaza. Allí los estarían esperando, se calcula, 2.000 terroristas que intentarán convertir esta guerra en un infierno para las tropas israelíes. También estarían los secuestrados a los que el ejército israelí intentará rescatar por la fuerza, a todo o nada. El escenario se presenta perturbador: más temprano que tarde podría llegar un desenlace que nadie imagina será menos cruento y triste que todo lo que ya se vive desde hace casi dos años.
Netanyahu está convencido de que necesita terminar con Hamas. Israel y su sociedad ya están pagando costos altísimos. El aislamiento internacional ya es admitido e incorporado desde el gobierno, y las condenas y acusaciones serán cada vez mayores. Y esto, lejos de generarle dudas al gobierno de Israel, lo terminó de decidir a hacer lo que considera que tiene que hacer para completar lo que empezó poco después del 7 de octubre: la reconfiguración de Medio Oriente. Con Irán y Hezbollah muy debilitados, solo falta terminar con Hamas.
La nueva alianza que puede cambiar todo
Sin embargo, esta semana se concretó un acuerdo que revela que los países árabes y musulmanes no solo se ponen de acuerdo para condenar a Israel, sino que empiezan a jugar sus cartas para el Medio Oriente que se viene. Arabia Saudita y Pakistán dieron el primer paso de lo que podría transformarse en una pesadilla para Israel: la conformación de una mini OTAN en el bloque árabe-musulmán. Firmaron un acuerdo de defensa en el que se comprometieron a que cualquier ataque contra uno de ellos será declarado como un ataque contra ambos. Por ahora es solo un acuerdo bilateral, pero seguramente habrá países que quieran sumarse.
Arabia Saudita es el estado más rico de Medio Oriente, pero el dato que cambia la ecuación es que Pakistán es, ni más ni menos, una potencia nuclear: están unidos en defensa militar. Esto sucede pocos días después de que Israel atacara a un aliado de Estados Unidos, Catar, y demostrara la impotencia de Washington para protegerlo. Si ya no confían en las garantías de seguridad estadounidenses, Arabia Saudita se alejará de Estados Unidos y de Israel. Si esto se consolida, después del desarrollo nuclear iraní, no ha habido en los últimos años una situación que amenace tanto el equilibrio de poder y la disuasión de la que goza Israel y de la que es muy celoso.
Este movimiento también puede arruinarle a Trump su plan de avanzar con los Acuerdos de Abraham, que tienen como propósito fundamental ratificar la normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudita. Con este respaldo "nuclear", los saudíes pueden negociar de otra manera y empezar a pedirle a Trump y a Israel una hoja de ruta para los palestinos una vez que termine guerra en la Franja de Gaza que, lejos de terminarse, acaba de entrar en su etapa más dramática.