No siempre fue así. Pero en estos últimos tiempos, su preferencia eran los documentales. Las horas de reclusión por la pandemia lo llevaron a invertir horas de televisión. La vida de una familia de Ñu o las peripecias de los perros de la pradera. Un tigre de Bengala o los elefantes de la India. Los hábitos alimentarios de los osos polares o los viajes migratorios de las aves.
Pirincho llegaba a casa cada día con una historia singular. Lo incorporaba a su mochila de saberes y rápidamente lo compartía. Un esquema que se replicaba particularmente en la cena.
Sus mañanas se repartían entre alguna visita social o “la vuelta del perro”. O una ronda por los afectos. El bip de la alarma de su camioneta nos alertaba de su salida matinal. Y también de su llegada al mediodía.
La tertulia de todos los días giraba en torno a los mismos temas. “Hoy me levanté a las 7, y me dije ¿qué voy a hacer tan temprano? Así que volví a la cama… Me levanto temprano siempre solo que después me acuesto de nuevo”.
Un capítulo repetido de una serie policial era suficiente excusa para demorar la siesta. Las series tienen esa particularidad de que la estructura se replica en cada entrega. Una vez que internalizas el esquema narrativo, la sorpresa está dada por los detalles de cada historia.
Las similitudes entre el relato documental y el de las series lo cautivaron. Es que ambos formatos apelan al esquema narrativo. Una situación dramática, trágica, calamitosa o la simple secuencia de contratiempos hasta resolverlo. Media hora en la mayoría de los casos. O una hora en el peor. Suficiente para ver el tiempo correr.
Atrás quedaron inversiones de tiempo más extensas. Los largometrajes. Que también apelan a la dramatización. Pero con alguna particularidad. Eran de su preferencia géneros como el western o las películas de acción, “tiros, líos y cosa golda”.
Como aquella vez que llegué a casa y en el living, desparramada su humanidad en el sillón de un cuerpo, Pirincho miraba una de las películas más remanidas de Schwarzenegger, el antagonista en la primera entrega de la saga “Terminator”.
Ambas extremidades en los apoyabrazos de algarrobo. El control remoto del TV en la izquierda. En la otra mano un vaso con vino, soda y hielo. En la mesada de la cocina había quedado la cubetera vacía, una caja de tetrabrick de un tinto conocido.
Los tiros, explosiones y la música del film se escuchaban desde la vereda de casa. Entré, me paré a su lado y cuando pregunté casi se sobresaltó. Había interrumpido aquella andanada bélica.
- ¿Qué estás mirando Pirincho?
- ¡Termidor! Termidor estoy mirando… -
Una sonrisa se abrió paso impertinente y dejé que fluyera lánguidamente la desopilante respuesta…