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Domingo 09 de Noviembre, Neuquén, Argentina
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Inicio de una pasión sobre ruedas: cuando Pirincho dijo “sí, sé manejar” y cambió su destino

A pura intuición y coraje, un joven sin experiencia al volante cumplió su primer desafío. Aquel día, sin saberlo, dio el primer paso hacia una vida dedicada al comercio automotor.

Domingo, 09 de noviembre de 2025 a las 06:00
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Su tránsito cómo dependiente de la concesionaria Ford Palma y Pacaroni en General Roca fue el despegue. El punto inicial de lo que sería su actividad laboral. El comercio de autos. 
Pirincho entró a la firma como lo había hecho su hermano Cacho en el sector Repuestos. También su papá Antonio en Taller. Unos veinte años contaba por ese entonces. Eran los sesenta.  
-    ¿Sabes manejar Pirincho? Porque hay que traer un Jeep. 
-    Si claro – dijo a sabiendas que no era cierto. 
La curiosidad por los autos lo había llevado a observar detenidamente cómo conducirlos. Así es que sin más preparativos que la disposición salió presto a cumplir el pedido. Ya sentado al volante empezó a reconstruir el procedimiento. Lo primero fue reconocer los comandos y la pedalera en el piso. Puso contacto, arrancó el motor, pisó el embrague y con primera puesta el Jeep arrancó a los saltos. Un poco en zigzag, un poco a los tirones. Llegó y paró en la vereda. 
-    Listo – dijo y entregó las llaves en la administración. 
Fue su primera vez. Había salido todo bien.  Menos el estacionar. Estaba aquel vehículo mitad en la calzada, mitad en la vereda. Nada que no se pudiera corregir con un poco más de práctica. 
Con el correr de las semanas incursionó en otra faceta. Ya no se contentaba con las tareas generales. La venta de autos se presentaba como una oportunidad inmejorable de aumentar los ingresos vía comisiones. 
Para una persona que vivió las carencias desde edad temprana, era una tentación. Y así apareció la primera venta. Y la segunda, y la tercera. Y en unos días más ya era vendedor de salón.  Y a fin de mes la billetera estaba gorda. Fue el inicio.
Consagrado como vendedor y como conductor, siempre bien dispuesto, llegaron los pedidos un poco más complejos. No dejaba de ser una concesionaria de autos nuevos pero de un pequeño pueblo con sueños de convertirse en una gran ciudad y dominar el escenario de desarrollo regional. 
Estuvo en la empresa un puñado de años. La antesala de su actividad comercial de manera independiente. 
En ese ínterin llegó otro encargo. Palma le encomendó hacer una operación en la planta de Ford en Pacheco. Debía volar a Buenos Aires y volver en un Falcon 0km. Llenaron los bolsillos del saco con el dinero necesario y en la mano un boleto de avión. 
Y así llegó a la gran ciudad un Pirincho jovencito, con poca experiencia pero muy resolutivo. El viaje de ida fue normal y al llegar se subió a un taxi. 
-    ¿A dónde lo llevo maestro? – preguntó el chofer con el característico acento porteño.
-    A un buen hotel. Primero a un buen hotel. 
-    ¿Alguno en particular?
-    Que esté bien en el centro, que mañana tengo que hacer un par de trámites. 
-    Ok – respondió el taxista
La fachada lo encandiló. Era una construcción monumental. El lobby, una sobreabundancia de lujos. Contrató una habitación y pagó como se acostumbraba en aquellos años. En efectivo. 
-    ¿Sabe usted dónde quedan las oficinas de la Ford? – consultó al conserje
En el bolsillo interno del saco guardó el papel con la dirección. 
Al otro día cerró el acuerdo, entregó el dinero por la adquisición del auto, le dieron las llaves, la documentación respectiva. Se montó al volante. De pasada llenó el tanque de combustible y emprendió el regreso a General Roca. Serían 1200 kilómetros por rutas a explorar. 
Antes había notificado por teléfono que estaba todo bien y que estaba en camino de regreso. En un sobre de papel madera fue guardando todos los comprobantes de gastos. Comidas, combustible, taxi, hotel…. Para presentar en la administración cuando llegase. 
Los números cerraron bien, sin diferencia de ningún tipo. Sólo un detalle. La factura del hotel. 
Se había alojado en Hotel Sheraton de Buenos Aires. Palma y Pacaroni, los dueños de la empresa jamás habían pisado ese lugar. Sólo pasaban por la vereda de enfrente para contemplar con perspectiva la descomunal estructura edilicia. 
-    ¡En el Sheraton! ¡En el Sheraton durmió Pirincho! ¡Y nosotros en un hotel de madera cada vez que vamos a Buenos Aires!¡Podes creer! – Dicen que decía Pacaroni mientras zapateaba el piso de su oficina.

 

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