El juicio por la tortura seguida de muerte de Jorge David Gatica, ocurrido en la Comisaría 45° del barrio Anai Mapu de Cipolletti, se tornó aún más tenso cuando la sargento Andrea Henríquez pidió hablar. La única mujer entre los cuatro policías acusados de la brutal golpiza que terminó con la vida del detenido, decidió abrir la ronda de testimonios voluntariamente. Con la voz entrecortada, al borde de quebrarse emocionalmente, intentó desligarse y aseguró que no participó del cobarde ataque policial.
Por más de cuarenta minutos, Henríquez contó con detalles lo ocurrido el 9 de enero de 2023, la noche en que Gatica fue detenido y trasladado a la Comisaría 45°, como sospechoso del robo en una despensa, de donde se llevó unos chorizos sin pagar. La víctima, esposada con las manos atrás, habría golpeado con un cabezazo al cabo Jorge Sosa dentro del patrullero, lo que habría desencadenado la brutal golpiza.
La sargento recordó el momento exacto en que, antes de salir a realizar una ronda, pasó por la celda donde estaba Gatica. Lo vio en el suelo. Sosa tenía sus rodillas hundidas en el pecho del detenido. “Lo toqué en el hombro y le dije que se retire”, declaró Henríquez. Pero el cabo no se marchó sin antes descargar una patada en las costillas del hombre. Luego, con la misma indiferencia con la que había ejercido la violencia, caminó hacia la guardia, dejando a Walter Carrizo a solas con Gatica.
Horas después, un llamado alertó a los oficiales: Gatica estaba inconsciente. No había ambulancias disponibles. El traslado se hizo en un móvil policial, pero fue inútil. A las 0.30 del 10 de enero, el detenido murió.
Ante el jurado popular, Henríquez trató de despegarse de cualquier responsabilidad en la golpiza, así como de la falta de denuncia que condenó a la víctima a su suerte. “La policía es una institución vertical. Si no cumplo la cadena de mando, me sumarian. Y mi jefe era el oficial Moraga”, afirmó, en un intento de justificar su silencio y responsabilizar al único uniformado que aceptó un juicio abreviado y ya fue condenado a 3 años de prisión en suspenso y la inhabilitación de por vida para ejercer como policía.
Cuatro días después del crimen, Henríquez y los demás acusados fueron detenidos. Fue entonces cuando, desesperada, le pidió a Sosa que confesara. “Se lo pedí por mis bebés, porque yo tengo que quedarme a cuidarlos”, dijo entre lágrimas. El cabo le prometió que lo iba a hacer: "me dijo que me quedara tranquila, que me iba a liberar… pero no lo hizo".