Lo que empezó como una compra común en internet terminó en un escándalo judicial. Un vecino de Viedma adquirió dos pares de zapatos por una plataforma online y, cuando quiso devolverlos porque le quedaban grandes, la empresa nunca le reintegró el dinero. Tras años de reclamos, la Justicia lo respaldó y le ordenó a la compañía pagarle una suma que multiplicó por 50 el valor original de los productos.
El cliente había pedido un cambio de talle, pero le respondieron que no había stock. Entonces solicitó el reintegro, envió los zapatos y le prometieron que el dinero aparecería en su cuenta. Eso nunca pasó. Lo que sí recibió fueron comprobantes que el banco desconoció y respuestas vacías a través de correos y redes sociales. Cansado de reclamar, no le quedó otra que ir a tribunales.
La empresa se defendió diciendo que había ordenado la devolución y que, si no se acreditaba en la cuenta, era culpa del banco. Incluso cuestionó las pruebas del consumidor, como las capturas de pantalla y los mails. Pero el juzgado de Viedma fue contundente: nunca se probó que el dinero hubiera sido devuelto. El banco también confirmó que no figuraba ningún reintegro.
El fallo de primera instancia fue durísimo: condenó a la firma a devolver la plata, a pagar un resarcimiento por daño moral y a afrontar una multa punitiva por el maltrato al cliente. El juez señaló que la conducta de la empresa fue abusiva, que no se condice con el grado de profesionalismo que debería tener, y que obligó a litigar durante años por una suma mínima.
La compañía apeló, pero la Cámara de Apelaciones de Viedma le cerró todas las puertas. Ratificó que el dinero nunca llegó al consumidor y que la responsabilidad no podía trasladarse al banco porque ni siquiera lo citaron en el proceso. También destacó que el daño moral estaba acreditado por la falta de información, el incumplimiento inicial y el trato indigno. Al final, la condena fue ejemplar: el monto a pagar terminó siendo 50 veces más alto que el valor original de los zapatos.