La causa por el brutal homicidio de Gerardo Facundo Romero, ocurrido en el barrio San Martín de Viedma, sumó una novedad clave: una jueza de juicio rechazó el planteo de nulidad presentado por la Defensa Pública y ratificó la validez de toda la investigación que compromete al único detenido, Emanuel Olivares, un chef acusado de degollar y apuñalar 24 veces a la víctima en medio de una transa de cocaína.
La defensa pública había intentado dar vuelta la causa al pedir que se anulara la declaración inicial de su cliente en sede policial, tomada el 10 de agosto. Argumentó que ya era sospechoso y no testigo cuando fue llevado a la Brigada de Investigaciones, que estuvo casi tres horas retenido sin orden judicial y que la fiscalía “forzó su autoincriminación”. También cuestionó la orden de allanamiento en su vivienda, alegando que había sido dictada de manera irregular.
Sin embargo, la fiscalía defendió la legalidad de cada paso. Señaló que el acusado compareció voluntariamente, que nunca fue coaccionado y que incluso contó con un defensor oficial en el allanamiento. Recordó además que la nulidad solo procede si existe una indefensión real, algo que no ocurrió en este caso.
La jueza coincidió. Concluyó que no hubo coacción ni irregularidades, que las resoluciones previas estuvieron debidamente fundamentadas y que la defensa no presentó pruebas serias para sostener lo contrario. En consecuencia, rechazó la nulidad y confirmó la validez de lo actuado. Un duro golpe para la estrategia de la defensa.
Una transa de cocaína detrás del crimen
El trasfondo del expediente es de los más aberrantes de los últimos años. Gerardo Facundo Romero, de 32 años, había ido hacia la casa del imputado para concretar una venta de cinco gramos de cocaína que habían pactado por Telegram. Lo que parecía un intercambio más se convirtió en una trampa mortal.
El chef lo recibió con el portón abierto, ya adentro de la vivienda hubo una discusión. Olivares lo degolló por la espalda y luego le asestó 24 puñaladas. Con un frialdad espeluznante, ocultó el cuerpo debajo de su cama, envuelto en una cortina de baño, y convivió cuatro días con el cadáver mientras planificaba desmembrarlo para hacerlo desaparecer.
La coartada tampoco le salió bien: envió un mensaje a la víctima después del crimen para simular que nunca había llegado a su casa. Pero la autopsia reveló que Romero ya estaba muerto antes de ese horario. El olor nauseabundo en el departamento fue lo que terminó por revelar el horror.