La escena fue de terror. Una alumna de 14 años entró con un arma de fuego a la escuela Marcelino Blanco, en La Paz, Mendoza, disparó al menos dos veces y sembró el pánico entre sus compañeros y profesores durante cinco horas. Los chicos corrían, los docentes gritaban, y el sonido seco de las balas retumbaba en los pasillos. De milagro no hubo heridos. Pero la memoria colectiva viajó de inmediato a la peor tragedia escolar del país: la masacre de Carmen de Patagones ocurrida hace 20 años.
El recuerdo de Patagones, 2004
El 28 de septiembre de 2004, Rafael “Juniors” Solich, de 15 años, entró armado al aula del Colegio Islas Malvinas. Sacó la pistola 9 milímetros de su padre, un prefecto, y disparó a quemarropa contra sus compañeros. La secuencia fue brutal: tres adolescentes murieron en el acto y otros cinco quedaron gravemente heridos.
El ataque fue a las 7.40 de la mañana, justo cuando comenzaban las clases. Solich, apodado “Pantriste” por su carácter introvertido, descargó 15 balas en segundos. La masacre marcó a fuego a Patagones y a todo el país. Desde entonces, la escuela cambió su rutina, las familias arrastran secuelas y muchos sobrevivientes aún viven con miedo, con pesadillas o con tratamientos psicológicos.
La Justicia lo declaró inimputable por su edad. Pasó por institutos de menores, clínicas psiquiátricas y programas de reinserción. Hoy, ya adulto, vive bajo tutela judicial en la provincia de Buenos Aires, con controles médicos permanentes y en libertad vigilada. Nunca volvió a Patagones ni a la vida normal. Para los que perdieron a sus hijos, su nombre sigue siendo un fantasma.
Mendoza y el déjà vu de la tragedia
El caso de Mendoza se diferencia por una sola razón: no hubo muertos. El arma, que es la reglamentaria del padre policía de la adolescente, disparó y sembró el terror, pero la intervención rápida de los docentes, la evacuación y el despliegue del Grupo GRIS lograron frenar lo que pudo terminar en otro baño de sangre.
Las similitudes son alarmantes: otra vez un adolescente, otra vez un arma que salió de la casa de un agente de seguridad y terminó en manos equivocadas. En Patagones el saldo fue irreversible. En Mendoza, la suerte y la reacción a tiempo evitaron un desastre.