En Lamarque, el aire huele distinto. Entre los álamos y las chacras, el zumbido de las abejas se mezcla con las risas de los chicos de la Escuela 23, que ahora saben que una colmena puede enseñar tanto como un aula. Miel, humo, paciencia y trabajo en equipo: así se construye conocimiento en el corazón del Valle Medio.
No hay laboratorios ni pizarrones digitales. Acá, los trajes blancos y los ahumadores reemplazan los guardapolvos. Los estudiantes se arremangan, abren los cajones de madera y observan cómo las abejas trabajan con una precisión que ya quisieran muchos adultos. Con la ayuda de nuevos equipos, pinzas, trajes, incrustadores de cera, los pibes ya producen su propia miel, dulce y dorada como un premio al esfuerzo.
La iniciativa no es casualidad. Forma parte del programa de fortalecimiento apícola que impulsa la Secretaría de Agricultura de Río Negro, con el objetivo de unir el aula con el campo y transformar el aprendizaje en una herramienta productiva. Porque en esta región, donde la frutihorticultura depende de la polinización, aprender a cuidar abejas es también aprender a cuidar el futuro.
Un poco más al norte, en Chimpay, los alumnos de la ESRN 25 martillan, lijan y ensamblan cuadros y alzas. No lo hacen para una nota, sino por solidaridad. Las colmenas que construyen irán a manos de una productora local que perdió todo su apiario tras un brote de Loque americana. La escuela se volvió taller y trinchera: un lugar donde el oficio se mezcla con la empatía.
Lo que empezó como una práctica técnica se transformó en un proyecto comunitario. Las escuelas del Valle Medio no solo están formando futuros apicultores: están sembrando una nueva forma de pensar la producción, más consciente, más cooperativa y más humana.