En Neuquén, hace una década, dos amigas que se habían conocido en una escuela jamás imaginaron que sus vidas iban a cambiar para siempre por una nena llamada Alma.
María Cabrera y Guillermina Raselli trabajaban como docentes: María, en gastronomía; Guillermina, en biología. En 2015 compartieron un viaje de fin de curso de la escuela Nuestra Señora de la Guardia a El Bolsón. Allí, entre caminatas y charlas de pasillo, María le contó a su colega que estaba por inscribirse en el programa Familias Solidarias, del Ministerio de Desarrollo Social, que busca hogares transitorios para chicos que no pueden estar con sus familias biológicas.
“Era por tres meses, nada más. La idea era ser un puente para que un niño no creciera en un Hogar de menores”, dijo María. Guillermina, sin dudar, le respondió: “Si querés, yo voy con vos a las entrevistas”. Ese gesto sencillo se transformó en el primer ladrillo de una historia extraordinaria.
Una bebé que lo cambió todo
Pocos días después, el plan dio un vuelco inesperado. En lugar de la adolescente que María pensaba recibir, le avisaron que había una bebé de un año y tres meses que necesitaba un hogar. Se llamaba Alma Mía. Su madre biológica, Verónica, atravesaba un grave cuadro de esquizofrenia y retraso madurativo.
“Cuando me dijeron que iba a venir una bebé, corrí a conseguir cuna, sillita y todo lo que necesitaba. Y de pronto estaba ahí, en mi casa, con su carita llena de comida, su pelo negro revuelto. Era Alma”, contó María en una nota periodística hace unos años.
Guillermina empezó a ayudar: cuidar a la nena cuando María tenía que trabajar, llevarla al jardín, acompañar en las visitas al médico. Sin que nadie lo planeara, estaba cada vez más adentro de la historia.
“Yo siempre le decía ‘soy la tía’, nunca quise ocupar otro lugar. Pero un día, sin que nadie se lo pidiera, Alma me dijo ‘mamá’. Ahí entendí que ella me había elegido”, confesó Guillermina.
Tres mamás para Alma
Desde el comienzo, María y Guillermina tomaron una decisión clave: incluir a Verónica, la mamá biológica de Alma.
“Era una mamá sin recursos, sin acompañamiento, pero que nunca había dejado de amar a su hija. Queríamos que Alma supiera quién era su mamá, que su historia estuviera completa”, explicó María.
Así nació una familia poco convencional: Alma y sus tres mamás. Cocinaban juntas, compartían cumpleaños, iban al río, celebraban las fiestas. “Vos las veías y éramos una familia ensamblada, Alma en el centro y todas alrededor”, explicó Guillermina.
La amenaza de perderla
Pasaron dos años y medio hasta que un llamado del programa Familias Solidarias sacudió todo. Les avisaron que Alma iba a pasar al Registro Único de Adopción. Ellas no podían pedir la adopción porque, por ley, las familias solidarias aceptan no hacerlo.
María recuerda ese momento como un puñal: “Me desesperé, lloré, pregunté si iba a quedarse con su mamá biológica o con nosotras. Pero nos dijeron que no, que iba a ir con otra familia”.
La noticia también golpeó a Verónica, que había hecho enormes esfuerzos para estar presente en la vida de su hija. “Nos dolía que le llegara una citación, un papel que ni siquiera iba a poder leer, para decirle que no volvería a ver a su nena”, recuerda Guillermina.
Fueron ellas mismas quienes se lo contaron. Y fue entonces cuando ocurrió lo inesperado: la mamá biológica decidió que Alma se quedara con María y Guillermina. Lo expresó ante la Justicia a través de un abogado de su familia.
“No es que no podía ser madre: necesitaba ayuda para serlo. Y ella entendió que nosotras podíamos darle eso a Alma”, describió María.
La jueza que dijo “gracias”
La jueza de Familia, Marina Comas, escuchó a Alma, la vio bailar, jugar y sonreír. Entendió que no podía arrebatarle los vínculos que ya había construido.
“Nos preguntó qué apellidos quería llevar. Alma eligió el mío primero y el de Guillermina después”, contó María.
Al dictar la sentencia, la jueza agradeció públicamente a las amigas por el amor y el cuidado que habían dado. “Dijo que lo que había visto era una nena feliz”, recuerda Guillermina.
Unos años después, Alma tuvo un hermanito, Luma, que Guillermina tuvo por inseminación artificial.
“Desde aquel viaje a El Bolsón nos convertimos en amigas que decidieron maternar juntas. Y nos salió bien”, dijeron.
Cada una tiene su casa, sus días de mamá y sus días libres, un sistema parecido al de padres separados pero sin peleas. “La diferencia es que nunca Alma es un arma de disputa. Eso lo da la amistad”, afirmó Guillermina.
La historia de Alma y sus tres mamás es mucho más que un caso judicial. Es un ejemplo de que la familia no siempre responde a moldes preestablecidos. A veces, la vida elige sus propios caminos, y el amor los convierte en destino.