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La inclusión se sirve en la mesa: el proyecto de un médico que combate la soledad con trabajo y amor

El médico e investigador Fernando Polack creó un restaurante atendido por jóvenes neurodiversos. La idea nació en un viaje y se transformó en un proyecto que combate la soledad con inclusión, trabajo y el poder de compartir alrededor de una mesa.

Sabado, 01 de noviembre de 2025 a las 19:31
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En el desierto del norte de África, una noche estrellada cambió para siempre el rumbo de Fernando Polack. Médico, investigador, acostumbrado a recorrer el mundo entre congresos y conferencias, esa vez estaba acompañado por sus dos hijos, Julia y Leandro. Sentados en pequeños puff de cuero, la inmensidad del desierto lo enfrentó con una certeza: “Lo que yo tenía pensado para ayudar a Julia —un sistema de viviendas asistidas— no solucionaba lo que realmente quería solucionar, que era prevenir la soledad para ella”.

Esa revelación dio origen, años más tarde, a Alamesa, un restaurante atendido por jóvenes neurodiversos. Un espacio pensado no solo para ofrecer comida, sino también para ofrecer algo mucho más profundo: pertenencia, encuentro y comunidad.

“Con el tiempo entendí que lo que quería era combatir el verdadero foco de angustia que tienen la neurodivergencia y cualquier discapacidad: la soledad”, cuenta Polack en la entrevista con Mejor Informado. “No es la discapacidad en sí. Si pensás en Roosevelt, Ray Charles, Beethoven o incluso en el intendente de la Ciudad de Buenos Aires, nadie siente pena por ellos. La pena aparece con el aislamiento que genera la dificultad de integrarse”.

Para él, el problema no está en la persona neurodivergente, sino en la sociedad que no sabe cómo incluirla. Por eso decidió pensar al revés: en vez de pedirles que se adapten, crear un entorno que se adapte a ellos. “La sociedad no suele pensar desde el desafío de la persona con discapacidad, y por eso la deja afuera. Yo quise crear un espacio donde eso no pasara”.

 

El alma de la mesa

¿Por qué un restaurante? “Porque la gastronomía reúne muchos elementos claves: sociabilización, atención, servicio. Y porque une a las personas”, explica. La inspiración vino de otro momento de aquel viaje, en Roma. Cada noche cenaban en Tonarello, una vieja trattoria del Trastevere. “Me di cuenta del espíritu que se generaba ahí: el de sentarse en familia, compartir, conversar. Eso era lo que yo quería transmitir”.

Polack recuerda también su propia herencia familiar: “Vengo de una familia judía, y toda mi vida se desarrolló alrededor de la mesa de mi abuela. Era un lugar de encuentro permanente, mucha charla, mucha vida. De ahí vengo”.

 

El desafío de construir un equipo

El camino para armar el plantel de trabajadores fue tan artesanal como humano. “Al principio no tenés tantos conocidos”, cuenta. “Cuando elegís una escuela para un hijo sin dificultades, lo hacés por afinidad política, social o religiosa. Pero cuando tu hijo tiene una discapacidad, lo que te une con otras familias es eso. Son personas muy distintas entre sí, y muy pocas relaciones permanecen con los años”.

La semilla de Alamesa comenzó con tres nombres: Julia, su hija; y dos amigos, Gaspar y Tomás. Desde ahí, el proyecto empezó a tomar forma.

Recuerda una anécdota que lo marcó: “La primera conversación para sumar a un chico fue con un padre que me empezó a explicar todas las virtudes motoras del hijo. ‘Es un maestro haciendo salsas’, me decía. Y ahí entendí algo clave: a mí eso no me importaba. No quería seguir en ese juego de ‘adaptate o te vas’, el mensaje que siempre recibe la discapacidad en el mundo tradicional”.

La respuesta de Polack fue clara: “No me vendas a tu hijo. Tu hijo es responsabilidad mía. Yo voy a ocuparme de que entienda lo que tiene que decir y lo vamos a escribir en su idioma. Vos tenés que lucirte, festejarlo, apoyarlo, acompañarlo. Estar dispuesto a postergar vacaciones porque él trabaja. Tomarlo como un trabajador de verdad. Desde ahí podemos construir”.

 

Más que un restaurante, una declaración

Alamesa no es un proyecto gastronómico: es un proyecto social, emocional y profundamente humano. Un restaurante donde cada plato servido es también un acto de integración. Donde cada sonrisa detrás de la barra, cada saludo o mirada, derriba el aislamiento y abre paso a una forma distinta de convivir. Polack lo resume con una frase que condensa su visión: “Regularmente creemos que la inclusión es un gesto de amabilidad. Pero no: la inclusión es un derecho. Y cuando se ejerce, transforma tanto a quien incluye como a quien es incluido.”

 

La entrevista completa:

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