-“¡No sabés el julepe que me pegué anoche!”
Después del clásico “¿cómo andas?” para arrancar la charla por teléfono, la respuesta de Pocholo me dejó perplejo, intrigado y preocupado. A sus 83 no está para sustos. Menos de noche y a 1200 kilómetros de distancia.
Vive sólo por decisión propia. En parte porque siempre fue un líbero. En parte porque es una forma de no tener que negociar decisiones cotidianas. Y tampoco los proyectos de vida.
- “En la cama de al lado había dejado la linterna y la escopeta” - me cuenta.
La casa que habita es discreta. Con varios años en el haber y un diseño donde la planificación de los espacios está más que ausente. En la periferia del pueblo y sin vecinos cerca.
Construcción tradicional de ladrillos y varias instancias de revoque como insulsos intentos por detener la degradación que provoca el salitre.
Techo bajo, de fornidas vigas de quebracho blanco, tejuelas y una generosa capa de tierra. Ventanas diminutas con vidrios opacados por el paso del tiempo y marcos de madera pintada en celeste viejo.
Piso alisado donde antaño supo ser de ladrillos. Tres habitaciones que se conectan entre sí y una sola puerta para unir todo ese bloque con una galería que funcionó alguna vez como el comedor de la casa.
Me lo imagino en calzoncillos, una andanada de bufidos e improperios entre dientes, los ojos achinados como forzándolos para poder distinguir alguna figura detrás de esa ventana de vidrios mezquinos en trasparencia y claridad, decidido a espantar hasta el mismo diablo al grito “¡Quién anda ahí?” y si es necesario con un explosivo cartuchazo calibre 16.
- “Y a la madrugada escuché ruidos en el patio, donde está la camioneta” – agrega.
Comprendo que esos sonidos debieron ser fuertes para vencer –primero el sueño y luego- la barrera de su hipoacusia.
- “Entonces agarré la linterna y podés creer ¡no la podía prender! Le daba y le daba y no había caso.
Me lo imagino en calzoncillos, una andanada de bufidos e improperios entre dientes, los ojos achinados como forzándolos para poder distinguir alguna figura detrás de esa ventana de vidrios mezquinos en trasparencia y claridad, decidido a espantar hasta el mismo diablo al grito “¡Quién anda ahí?” y si es necesario con un explosivo cartuchazo calibre 16.
-“Dejé la escopeta otra vez en la cama empecé a golpear la linterna con las manos. Para ver si hacía contacto y tampoco”.
-“¿y…?” – no puedo contener la repregunta.
-“¡Y cómo iba a prender si era la máquina de afeitar!” – y arrancó con una contagiosa y sonora carcajada.
Desapareció mi preocupación inicial. El rictus del ceño aflojó al ritmo de la risa compartida
-“¿Y los ruidos? ¿Qué pasó con eso?” – pregunté
-“Ahhh, no. Era el Chiquitín, el caballo, y el “Poroto” (el perro) … Jejeje…, me acuerdo y me sigo riendo … jejeje ”
Como ocurre siempre en nuestra cotidiana comunicación por teléfono nos despedimos con un “Portate bien”.