Desde 1949, cada 4 de septiembre Argentina celebra el Día del Inmigrante, una fecha establecida mediante el Decreto Nº 21.430 durante la presidencia de Juan Domingo Perón para honrar la llegada y el aporte de quienes eligieron el país como su hogar.
La elección de esta fecha remite al Primer Triunvirato en 1812, que dispuso ofrecer “su inmediata protección a los individuos de todas las naciones y a sus familias que deseen fijar su domicilio en el territorio”. Además, el Prólogo de la Constitución de 1853 reafirma esta apertura al señalar a “todos los habitantes del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.
Juan Bautista Alberdi resumió esta visión con la frase “Gobernar es poblar”, convencido de que la vasta extensión del país requería de numerosos habitantes, principalmente provenientes de Europa. En ese marco, la Ley de Inmigración y Colonización de 1876 creó el Departamento de Tierras y Colonias, encargado de organizar el asentamiento y distribución de tierras a los colonos.
La inmigración estuvo dominada por italianos y españoles, pero también llegaron suizos, franceses, ingleses, alemanes y judíos de Europa oriental. A lo largo de casi dos siglos, Argentina se convirtió en un crisol donde conviven diversas colectividades de todo el mundo.
Para rendir homenaje a esos pioneros que dejaron sus tierras para trabajar en Argentina, se instituyó oficialmente el Día del Inmigrante en 1949. Esta celebración se extiende a través de la Fiesta Nacional del Inmigrante, que desde 1980 tiene lugar en Oberá, Misiones.
Oberá, fundada en 1928, fue un destino para inmigrantes de múltiples comunidades: franceses, suecos, noruegos, alemanes, suizos, españoles, japoneses, polacos, rusos, ucranianos, brasileños y árabes, entre otros. Esta diversidad se refleja cada año en la fiesta, donde cada colectividad exhibe sus tradiciones mediante gastronomía, vestimenta y música.